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46 «...el Señor me dio hermanos» iglesia. Con gusto obedecería tanto al médico como al enfermero, s1 pudiera obedecer al mismo tiempo a Dios. Y, como en el intervalo los hermanos lo habían instalado en el lecho, les dice con resignada tristeza: - ¿Queréis que yo esté aquí? Bien acomodado queda el papa. Su conciencia de hombre simple y austero le hacía sentirse a disgusto en un colchón de lana. Era, en efecto, la primera vez en su vida, que reposaba en una mullida cama. Y el maligno aprove– chó para tentarlo: - ¡Ahora sí que de verdad estás caído! Y fray Félix, por dos veces al menos, esquivó el colchón, que– dándose sobre las desnudas tablas. Mas el enfermero le ordena per– manecer. Y el demonio volvió a burlársele: - ¡Y tres! - ¡Rabia ahora, que yo estoy aquí por obediencia! A los pocos instantes el «malafacha» emprendió el último ata– que contra el humilde frailecillo, amenazándolo con la condenación eterna. Y fray Félix: - Tú no eres mi juez; tú estás condenado, y yo creo en la santa Iglesia católica. En la mañana del 18 de mayo, después de haber comido alguna cosilla, se puso a descansar un poco. Y en un momento determina– do, elevadas las manos al cielo y con rostro transfigurado, exclamó: - ¡Oh, oh, oh! Fray Urbano de Prado que le asistía, le preguntó qué le ocu– rría. Y fray Félix: - Miro a la bienaventurada Virgen María, rodeada de un ad– mirable .cortejo de ángeles. Y suplicó al enfermero ausentarse y cerrar la puerta de la celdita. El padre guardián, a ruegos del mismo moribundo, le llevó, en viático, la eucaristía. Fray Félix la saludó con la antífona «Oh sagra– do convite». Y, tras haber querido que todos los presentes dijeran Deo gratias, recibió con gran fervor y plena conciencia la extrema unción. En el instante supremo, un sacerdote comenzó la recomendación del alma: «Parte, alma cristiana, de este mundo... » Y fray Félix . se encarriló, como siempre, en nombre de la santa obediencia. No ya
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