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44 «...el Señor me dio hermanos» - Ved a un santo que da de beber a otro santo. Pero después se lo hizo pagar caro al asnillo de los frailes, que reía alegremente. Le plantó su sombrero en la cabeza, ordenán– dole continuar así la limosna del vino. - Si me lo roban o me lo hacen desaparecer -le advirtió fray Félix-, tu saldrás perdiendo. Pero en seguida, en la alcantarilla de santa Lucía, se le aproxi– mó uno del Oratorio y le quitó el sombrero que habría terminado, en todo caso, entre las cosas inútiles del convento. Un poco del aire puro de las Florecillas no estaba, en verdad, de más en la complicada y, en el fondo, infeliz sociedad romana del siglo XVI. En el ósculo de nuestra buena hermana muerte El 30 de abril de 1587 fray Félix cayó enfermo. Tras las graves y crónicas fiebres del noviciado, siempre había estado bien, si se exceptúan las molestias hepáticas que padeció en 1572. Desde aquel día no salió ya del convento. No era necesario, por lo demás. Ya se había despedido de sus amigos. Así, al. administrador de Alejandro Olgiati, le había dicho: - Juan, hermano mío, yo no vendré más a pedirte la limosna. Te recomiendo con afecto particular a mis frailecitos. Días antes de quedarse en la cama, el padre guardián Santos de Roma, habiéndolo encontrado dentro del convento, le preguntó qué hacía: - Voy buscando la muerte. A los que, en la última enfermedad, creían animarlo augurán– dole la curación, replicaba: - El asnillo se ha caído, y no se levantará más. Caído enfermo, no fue fácil retenerlo en la cama. Apenas el mal le daba un pequeño respiro, corría a la iglesia a rezar. Varias veces, fue preciso reconducirlo a la enfermería más muerto que vivo. Y a los frailes, que le instaban a no moverse, contestaba: - Perdonadme, hermanos, pues no acierto a estar lejos de la
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