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FELIX DE CANTALICE «Jesús, Jesús, Jesús, hijito de María, el que te poseyese cuánto bien tendría. Jesús, gozo supremo, jamás caiga en tristeza el corazón que te ha saboreado». 41 O si no, tras habérselo ensayado él mismo, cantaban a coro: «Jesús, suma esperanza, del corazón, orgullo sumo. ¡Ah, dame tanto amor que me sea suficiente para amarte!». En su haber, no podían faltar las estrofillas en honor de María: «Hoy, en esta tierra, ha nacido una roseta, María virgencilla que es Madre de Dios». La Señora es, para fray Félix, la letra blanca que se incrusta en el alfabeto rojo de las cinco llagas del Salvador, como signo de esperanza de la humanidad: «Si desconoces la senda para caminar al cielo, acude a María con aire piadoso; ella, clemente y pía: te enseñará la vía de andar al paraíso». Estos son casi los únicos testimonios de su tiernísima devoción a María, porque fray Félix fue, en esto, reservadísimo. Sólo por el atrevimiento del padre Alfonso Lobo, la iconografía del santo se enriqueció con un nuevo motivo. Una noche, en la proximidad de Navidad, el padre Lobo permaneció en el púlpito de la iglesia, para expiar a fray Félix; y en un determinado momento, vio apa-

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