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FELIX DE CANTALICE 39 El amigo de los niños Mientras fray Félix pateó las calles de Roma, los niños pudie– ron contar con un amigo bueno y poderoso. El fraile de la alforja era para ellos una institución. Le tenían cariño, no obstante sus escasas y, más bien, rudas palabras. Su infalible intuición les hacía descubrir en él al santo, quien, por ser íntimo de Dios, está siempre dispuesto a dar. Por lo demás, también las madres y también los hombres compartían esta confianza. ¿Tardaba un hogar en ser alegrado por el trino de los niños? Se recurría a la oración de fray Félix. Y después estos niños, no cesaban nunca de llamarlo papá, no sin embarazo de quien asistía a la escena por primera vez. ¿Tenía una madre dificultad para dar a luz al primer hijo? El marido corría al convento o lo esperaba en la ventana. Y fray Félix, una vez aparecido, debía subir arriba y bendecir a la parturienta. El «tardón» se movía entonces, y todo resultaba bien. Cuando un hijo caía enfermo, antes que al médico, se recurría a fray Félix. Tenía que acudir junto a la cuna del palacio o al camastro de la choza, y bendecir al enfermito. Llegaba, se arrodilla– ba, rezaba el Padrenuestro y el Ave María. Y también los familiares tenían que arrodillarse y rezar. A continuación se volvía al conven– to. La curación estaba asegurada. Sin embargo, se iba produciendo poco a poco. Fray Félix era hombre sencillo y humilde, y se habría sentido embarazado ante una curación repentina, milagrosa en su forma. Era un pobre fraile, un viejo campesino, habituado a obser– var el lento trabajo de la naturaleza. Bastaba que sus pequeños ami– gos curasen así, naturalmente, como crece un hilo de hierba en el campo o como un sarmiento de vid podado demasiado tarde, deja de lagrimear sólo en el curso de algunos días. Y el Señor (si se puede decir así) se acomodaba al deseo de su siervo, concediendo la salud poco a poco. Otras veces, Félix exhortaba a la resignación, y se disculpaba con estas palabras: «¡oh cielo, oh cielo!», o con estas otras: «dejad– lo marchar al paraíso». Es duro decir a una madre que ella sobrevi– virá a su criatura. Pero fray Félix sí lo sabía decir, porque lo sufría también él mismo.
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