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38 «...el Señor me dio hermanos» - ¿Te gustaría sentarte un poco en este bello banquete? - No me creerá si te digo, pero Dios sabe que no miento, que yo prefiero mejor quedar al margen de los banquetes durante toda la vida. Y suspiró profundamente. ¿Pensaba quizás en las injusti– cias y extorsiones que hacía posible tal despilfarro? ¿O temblaba, más bien, pensando en la suerte reservada a aquellas almas perdidas en la carne? En una grave enfermedad, el médico Domingo Gagliardelli le animaba a pedir la curación al Señor. Y fray Félix: - ¿Qué? Este cuerpachón no admite los dolores, pero los acep– tará muy a su pesar... los sufrimientos son rosas y flores para el paraíso. Habría deseado que todos tuvieran con el Señor sentimientos de humilde confianza, solícitos sólo de hacer su voluntad. A tal fin, tenía un modo muy personal de exhortar. Así a un cardenal deseoso de ser liberado de la gota que le atormentaba, le dijo fray Félix: ¡Señor, ojalá qms1era el cielo que yo pudiera cambiar mi salud con vuestro mal! La alegría del corazón humano no se puede producir en la– boratorios -y menos en el de las pasiones desordenadas-. Sólo Dios la posee, y cuando quiere y como quiere, la derrama en el corazón de sus amigos. Fray Félix disfrutaba el pertenecer a este número. -Vivo tan feliz que ya me parece estar en el cielo: quiera el Señor no darme, en esta vida, el premio de cualquier cosilla que hago. Si encontraba en el claustro o en el jardín del convento algún grupo de hermanos, saludaba: - ¡Deo gratias, padres y hermanos míos! Hablad de Dios que alegra el corazón y no de cosas vanas que manchan el espíritu. Verdaderamente, junto y en grado aún mayor .que la humildad, el continuo pensamiento de Dios constituía la fuente de la alegría de este simple juglar del Señor que, bajo su vestimenta andrajosa, escondía un corazón de caballero.
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