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36 «...el Señor me dio hermanos» Sirvió en la alegría En la esplendorosa hilera de los justos que jalona el calen– dario de la Iglesia católica, san Félix es «el santo de la alegría». Alguien, de hecho, lo ha llamado «la alegría de la Roma del si– glo XVI». Llegamos hasta el punto de sentirnos tentados de interpelarle: oh, fray Félix, ¿de dónde a ti tanto gozo? Estás descalzo, mal nutri– do y viejo; no eres sabio ni libre; eres el hombre de la más penosa fatiga. ¿Cómo, pues, eres feliz? Uno de los manantiales de los que emergía el gozo del limosne– ro era su humildad. Tal vez porque era el santo más humilde de todos; nadie intentó jamás hacerle sufrir. En su casa fue querido; los patronos de Cittaducale lo trataban como a un hijo; el pueblo romano lo «adoraba»; entre los frailes todos tuvieron por él un amor cercano a la veneración. Y esto, en verdad, es bien raro. Pues las penas más graves son producidas en los santos normalmente por sus allegados. La humtldad era la fuente inexhausta de la jovialidad y de la bonachonería de fray Félix. Vale la pena recordar algunas expresio– nes suyas que transparentan su alma sin doblez y rezumante de paz interior. Fray Félix se consideraba indigno de llamarse religioso. - Yo no soy frailei sino que estoy con los frailes, y soy el burro de los frailes. Si alguien osaba alabarlo, se alejaba exclamando: «¡me cachi!». Y en su boca, la alusión a la más humilde y calumniada bestia de carga eran frecuentísima. Tanta insistencia en la misma dirección denuncia lo sincero de este espíritu de humildad de fray Félix. Pero tampoco hay que excluir que, siendo amigo y émulo del agudo Felipe Neri, se com– portase así con la intención de ayudar también al prójimo. En un siglo en el que, con tal de apropiarse de los bienes, no se titu– beaba en exterminar una familia, y, sólo por afirmar un mezqui– no derecho de precedencia en la vía pública, no se dudaba en desen– vainar la espada, -la humildad festiva y toscamente ingeniosa de fray Félix valía por una predicación. Y no había, en Roma, una

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