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FELIX DE CANTALICE 33 ba alimento o bebida de ningún género (el así llamado «entrepa– so»), no obstante siguiera acudiendo a sus trabajos. Vestía un tosco sayal de basto paño, más apropiado para atormentar al cuerpo que para defenderlo contra la intemperie. Las rajas de los talones las remendaba con lezna e hilo alquitranado. Aquellos pobres pies, no descalzos pero desnudos, endurecidos, adolorados, atormentados por el incesante peregrinar por piedras, calles embarradas y por la nieve, son como el símbolo de tu sufri– miento, oh fray Félix; más aún, de todo sufrimiento humano, desti– nado a transformarse un día en la gloria, a la manera como tus pies, después de la muerte, se tornaron cándidos y delicados, como los de un niño pequeño. ¿Qué horario seguía fray Félix? Apenas anochecido, concluidas las prácticas vespertinas de piedad, se retiraba a la celda para repo– sar dos o tres horas. Después bajaba a la iglesia, donde velaba toda la noche, y repicaba la campana a media noche y al filo del nuevo día. Se trataba de un servicio por amor. El rey jamás debe quedarse solo. Alguien hace de centinela también cuando está todo inmerso en el reposo. Pero el rey de fray Félix no duerme y se deleita con la compañía de sus servidores más humildes y fieles. Por la maña– na, después de la misa y de la comunión, salía a la limosna. Cuan– do, por el contrario, estaba libre, se entretenía en la iglesia o se retiraba a su celdita (conservada al respaldo de la iglesia de Via Veneto, tiene apenas 10 metros cúbicos), donde zurcía las alforjas y tallaba crucecitas, con todo tipo de madera. ¿Por qué buscar más preciosidades? Sus manos eran demasiado bastas para esbozar algo más refinado. Y además, también una crucecita es, al par que un recuerdo, un símbolo. Las cruces mortifican, pesan. Y a fray Félix, tal vez en virtud de su coherencia fraterna y campesina al mismo tiempo, no le interesaba, en modo alguno, disociar sus crucecitas del misterio que debía evocar a la mente... incluso de las elegantes y versátiles damas del Renacimiento. Bajo la bandera de la más dura ascesis, en esta continuada mo– notonía exterior, transcurrieron los cuarenta años romanos de fray Félix.
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