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32 «... el Señor me dio hermanos» por la calle al frailecillo, quería una de las hogazas mendigadas por él. La comía con devoción en su frugal mesa papal. Un día, fray Félix le regaló una negra y dura: - ¡Perdón, santo padre, pero también vos sois fraile! La larga práctica ascética, la virtud y el pensamiento constante de las cosas del espíritu había otorgado autoridad y ensanchado el horizonte del fraile analfabeto. Así, probablemente en 1580, se tras– ladó a Frascati a recabar de Gregorio XIII levantase a los fieles de Cittaducale la excomunión y el entredicho en los que habían in– currido por maltratar a su obispo, Pompilio Pirotti. Fue satisfecho y quiso llegarse él mismo a aquella su segunda patria, a fin de alla– nar mejor las cosas. En esta ocasión, pasó también por Cantalice y llevó a sus conciudadanos una indulgencia, no solamente espiri– tual, conseguida del papa. En pocas palabras: que fray Félix había penetrado el significa– do de la vida, con sus miserias y sus pobres grandezas -ésta ha sido siempre la meta del pensamiento humano- y habría querido comunicar a todos esta sabiduría que conduce a la verdadera vida. Pies desnudos Fray Félix había elegido la vía de la penitencia desde el mo– mento en que había profesado los votos. Entendámonos: muchos hombres y mujeres emiten los votos, no porque Dios condene los gozos del espíritu, de la carne o de la propiedad, sino sólo porque las almas buenas hacen penitencia, como si fueran culpables, para reparar los pecados de orgullo, de lujuria, de avaricia cometidos por otros. Así se equilibra la armonía de lo creado. En los procesos canónicos se insiste, acaso hasta demasiado, en el aspecto meramente negativo de esta penitencia. - Fray Félix dormía apenas dos o tres horas, de rodillas o, sin más, sobre desnudas tablas. Maceraba su carne inocente con dis– ciplinas y cilicios horribles. Jamás comió un pan entero, sino que buscaba los trozos más miserables, secos y negros, y, sólo por ex– cepción, tomaba un poco de menestra. Del condumio decía: «está de más», es decir: eso es superfluo. Ayunaba siete cuaresmas al año y, desde el jueves santo al domingo de resurrección, no proba-

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