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FLORIDA CEVOLI • 427 cieron la describen «despellatada de la cabeza a los pies». Debía hacerse grandes esfuerzos para no rascarse; a veces decía a la her– mana que la acompañaba: -No me dej.e sola, porque cuando estoy acompañada logro más fácilmente vencerme para no rascarme. Pero lo que más la hacía sufrir era el saber que, por la fétida exudación ·del mal, era causa de mortificación y de asco para cuan– tos se le acercaban. • Ella todo lo soportaba con gran fortaleza, más aún con verda– dero gozo interior y exterior. A una religiosa que le aconsejaba que pidiera a Dios la aliviara de un mal tan atroz, le respondió : -¡La voluntad, la voluntad de Dios hasta el día del juicio! Los m~dicos que la atendían quedaban sorprendidos de tanta serenidad y paz, más aún, de aquel buen. humor con que .se había hecho a tolerar una dolencia que muchas veces lleva a la desespera– ción a los pacientes. , Cuando se vio liberada finalmente de la responsabilidad como abadesa, en 1764, si bien hubo que aceptar aún el cargo de vicaria, hizo unos ejercicios espirituales como disposición para el paso a la eternidad. Desde tiempo atrás venía haciendo un retiro mensual con ese fin. Los males volvieron con mayor gravedad. Su cuerpo era una pura llaga; no podía caminar sino apoyada en una o dos hermanas. Y, lo que es más ,sensible, su cerebro, a los ochenta años, mostraba las señales de la senilidad que la infantilizaba. La abadesa, de acuerdo con el confesor, encomendó el cuidado continuo de la anciana vica– ria a una joven profesa, imponiéndole a ella que le obedeciera en todo. Era conmovedor veria ejecutar puntualmente cuanto le man– daba la joveri; estarse junto a ella y responderle con sencillez ·a sus preguntas. La Eucaristía seguía siendo el. centro de su vida. No se podía resignar a verse privada de la comunión. En los últimos meses las hermanas la llevaban en una silla; se hacía llevar también a visitar al Santísimo y más de una vez la hallaron arrastrándose trabajosa– mente para ir al corito de la enfermería. A los sufrimientos exteriores se unieron crueles crisis interiores. Pero fueron tempestades de breve duración: la impresión que daba
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