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424 «...el Señor me dio hermanos» Otro centro de su piedad era la Eucaristía. Suspiraba por el momento de la comunión. Hubiera querido introducir en la comuni– dad la comunión diaria, pero no había llegado el tiempo de seme– jante frecuencia; a los dos días semanales ya existentes, logró añadir otros dos, y buscaba motivos litúrgicos para acrecentar la frecuencia. Añadamos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, heredada de santa Verónica; fue para ella una fecha de júbilo extático cuando la comunidad rezó por primera vez el Oficio de la fiesta del Sagra– do Corazón, aprobado por Clemente XIII. Y, como no podía ser menos en una discípula de santa Verónica, sor Florida profesaba un amor tierno a la Virgen María; más que devoción, era una ver– dadera espiritualidad mariana. El itinerario místico de sor Florida hubiera podido ser conoci– do, como el de su santa maestra, si poseyéramos sus relaciones auto– biográficas. Hubo un confesor que la obligó a poner por escrito sus experiencias; pero, a la muerte de éste, la Venerable se hizo devolver todos sus apuntes y, sin más, los dio a las llamas. Le re– pugnaba ser tenida en esto, como en otros particulares, como una réplica de su maestra. Hemos de contentarnos, pues, con los testimonios de las reli– giosas y de sus últimos confesores. Y éstas nos hablan del hábito permanente de la presencia de Dios que observaban en ella, de su continua absorción en El, incluso durante sus ocupaciones exterio– res. Todas las hermanas fueron testigo de sus ímpetus de amor, de los incendios en el corazón, de los arrobamientos y de la violen– cia que con frecuencia tenía que hacerse para no ceder a la absor– ción interior. Pero la manifestación más elocuente de su corazón enamorado era el modo como hablaba de su «amado Bien», sea en los capítulos de comunidad como en sus exhortaciones privadas a las hermanas. Fue un 25 de marzo, fiesta de la Anunciación, en el segundo año de su cargo de abadesa, cuando tuvo un cúmulo de gracias y de experiencias místicas, a las que siguieron otras en años poste– riores, entre ellas el desposorio místico, la corona de espinas, la herida en el corazón. Cuando ésta se produjo, por el año 1747, lloró copiosamente, sea por la confusión de verse con aquella señal externa, sea porque miraba con horror todo cuanto pudiera aseme-
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