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FLORIDA CEVOLI 421 «No se enciende una lámpara para tenerla oculta bajo el celemín» (Mt 5,15) La paradoja de la vida contemplativa, que se repite donde– quiera que haya un corazón abierto enteramente a la acción de Dios, es patente en la vida de Florida Cevoli: una espléndida irradiación benéfica sobre cuantos buscan su intercesión, su con– sejo o sencillamente su don de consolar y de dar ánimos, tan– tísimos que experimentan el atractivo de su experiencia de lo divino. Por mucho que la hija de los condes de Cévoli tratara de olvi– dar y hacer olvidar su rango social, era aquella una realidad que no era posible anular. Sus hermanos y sus hermanas se sentían muy unidos a ella y se convirtieron en bienhechores habituales del mo– nasterio. Familiares y parientes eran conscientes de tener una santa en la capuchina de Citta di Castello. Esta fama de santidad tuvo amplia difusión desde que sor Florida fue elegida abadesa. Según algunos testimonios, el radio de expansión de la fama de la Cevoli fue más vasto de lo que había sido el de santa Verónica, teniendo en cuenta que ésta vivió totalmente incomunicada con el exterior, mientras que la Cevoli recibía visitas de toda clase de personas y mantenía una ,constante correspondencia. Casi todas las cartas reci– bidas por ella tenían como fin pedirle oraciones y consejo en situa– ciones delicadas. Sería largo enumerar las personalidades de quienes se tiene no– ticia que mantuvieron comunicación con ella. De la familia Medici de Florencia, además de la ya mencionada princesa Violante, la visi– tó en 1728 la princesa Eleonora y el marqués Lucas de Medici, que le consultó sobre su elección de estado. Mención especial merece la amistad espiritual con María Clementina Sowieski, princesa pola– ca, esposa de Jacobo III Stuardo, pretendiente al trono de Inglate– rra, residente en Roma. Citta di Castello es deudora a sor Florida por su mediación de paz en una coyuntura grave de su historia. A la muerte del papa Benedicto XIV, en 1758, estalló en la ciudad un motín popular con– tra la autoridad local; durante un mes los amotinados fueron due– ños de la población, hasta que llegó la noticia de la elección del nuevo

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