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420 « ... el Señor me dio hermanos» de la comunidad tomó la decisión de quitar de los ornamentos sa– grados toda ornamentación en oro. Otro paso audaz dio en 1737, asimismo por decisión capitular, y fue la sustitución de los cuadros al óleo,' que había en el coro, con sencillas estampas de papel de las estaciones del Vía Crucis. Todo ello con el subsiguiente consenti– miento del obispo. Austera consigo misma, y amante de la sencillez y de la austeri– dad en las cosas externas, era en cambio generosa en proveer a las hermanas de todo lo necesario, sobre todo cuando se trataba de mirar por la salud y por la higiene personal. En todos esos años sor Florida se sintió obligada con una do– ble deuda para con santa Verónica. Ante todo, se ocupó de im– pulsar la prosecución del Proceso de canonización de la que to– dos designaban con el título de Venerable; había sido inicia– do ya el mismo año de su muerte, 1727, a nivel diocesano; du– rante el proceso apostólico, con una larga declaración muy de– tallada. La comunidad halló modo de afrontar los gastos gra– cias a la ayuda de válidos bienhechores, entre los que figuraban los hermanos de la abadesa. Ella seguía de cerca todos los pasos de la Causa; hacía imprimir y difundir estampas de la Venerable. Pero los procedimientos eran lentos y los gastos se multiplica– ban. Sor Florida murió sin ver logrado su anhelo: la beatifica– ción de Verónica no llegaría hasta el año 1804 y su canonización en 1839. La otra deuda con su venerada maestra era la fundación de un monasterio de capuchinas en Mercatello, en la antigua casa de los Giuliani. No le fue fácil lograr que el proyecto fuera aceptado por el obispo de Urbania y por el clero de Mercatello, población pequeña de montaña, donde ya existía el monasterio de santa Clara. Pero logró conseguir buenos colaboradores y bienhechores. En 1753 fue colocada la primera piedra. Sor Florida estaba al tanto de cada particular; se conservan medio centenar de cartas suyas a los delega– dos del obispo para la construcción del edificio. Antes de morir, en 1767, pudo tener el consuelo de saber que la obra estaba termi– nada y que sólo se esperaba la aprobación pontificia para realizar la fundación. El monasterio sería inaugurado seis años después, en 1773.
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