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FELIX DE CANTALICE 31 Borromeo quiso que predicara en Milán, deseando que de tales Lo– bos abundase la Iglesia, para custodiar el rebaño. Fray Félix recurría al padre Lobo en busca de explicación, pues la verdadera piedad es iluminada e iluminante. Así, ocasionalmente, el santo de las calles de Roma, podía sembrar una sabia palabra de edificación o simplemente amonestar eficazmente. A los muchachos y a las muchachas les hacía repetir sus estro– fillas; al pueblo humilde daba «buenísimos consejos: sed buenos, rezad el rosario». Un día, tras haber recorrido con la mirada mu– chos de los libros del abogado Bernardino Biscia, remansó los ojos en un crucifijo, diciendo al hombre de leyes: «Vea, Meser Bernardi– no, todos estos libros se han escrito para entender Aquel». Y, en circunstancia parecida, a Andrés Montino, encargado de catequizar a los hebreos, dijo señalando el crucifijo: «Esta es la verdadera Ley de Dios abreviada». A los predicadores de su Orden repetía con frecuencia: «Predicad para convertir las almas, no para conquista– ros un renombre». O simplemente repetía el ritornello de fray Egi– dio: «Bla, bla, bla: demasiado hablo y poco hago». Sabía amonestar a cualquiera con toda franqueza. Así hacía retroceder a los jóvenes de los callejones del vicio; inducía a las señoras escotadas a un más modesto comportamiento: «No está bien, señora, no está bien»; estimulaba a los alocados, que perdían el tiempo en cosas frívolas, a dar un sentido cristiano a la propia vida. El autoritario cardenal Julio Antonio Santori, en los primeros años en que fue protector de los capuchinos, se había convertido en la cruz de los pobres superiores, porque se arrogaba el derecho de gobernar él a los frailes. Un día (ocurrió hacia el 1580) acudió a él fray Félix que, aprovechando la ocasión, le dijo con toda franqueza: - «Mi señor cardenal, usted ha sido designado para proteger– nos y no para entrometerse en los asuntos que competen a los supe– riores de la Orden». A Sixto V le predijo el papado, diciéndole así: - Cuando seas papa, ejerce como papa para gloria de Dios y bien de la Iglesia. De otro modo, sería mejor que permanezcas corno simple fraile. El terrible Sixto no lo tomó a mal. De papa, al encontrar

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