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412 «...el Señor me dio hermanos» joven y sus motivos. Luego lo hizo delante de sus padres. Al reparo de éstos sobre la lejanía de aquel monasterio, repondió Lucrezia que precisamente por eso lo había preferido, para poner distancia entre su vida retirada y su patria y familia. Había además otro mo– tivo: hasta Pisa había llegado la fama de sor Verónica Giuliani, la estigmatizada, que formaba parte de aquella comunidad. No fue fácil lograr el consentimiento de las capuchinas; fue ne– cesario valerse de algunas influencias, entre otras la de la prince– sa Violante de Baviera, esposa de Fernando de Medici, hijo del Gran Duque de Toscana. En marzo de 1703 llegó respuesta afirmativa. Y comenzaron los preparativos para el viaje de la esposa. Era uso entonces que, antes de dejar el mundo para encerrarse en el con– vento, la joven aspirante hiciera una gira, en traje nupcial, para despedirse de parientes y conocidos, emprendiendo después el viaje; llegado el día de la vestición, la esposa era llevada por las ca– lles hasta la iglesia conventual, en carroza, bien escoltada de da– mas y caballeros. Pues bien, Lucrezia había soñado para tal ocasión «un vestido de brocado con fondo rosa»; pero, cuando llegó el mo– mento de probárselo, se halló con que el que le habían prepa– rado tenía el fondo blanco. Pudo dominar el primer sentimien– to de contrariedad acordándose de que había pedido al Señor ver– se privada, en aquella gira, de toda satisfacción por legítima que fuera. Recorrió primero los monasterios de Pisa. Después, acompaña– da de sus padres, se puso en camino, haciendo etapa en Florencia, donde fue muy agasajada por el Gran Duque y su familia. Reanudó el viaje, o mejor peregrinación, hacia el santuario de Loreto, donde pidió por devoción el honor de barrer la santa Casa, y lo hizo de rodillas, vestida de esposa, con el alma llena de consuelo. Llegada a Citta di Castello, esperó la admisión formal, con el voto de la comunidad, y la vestición; ésta se celebró el 7 de junio, fiesta de Corpus Christi; la presidió el obispo, quien le impuso el nombre de sor Florida, por devoción al patrono de la ciudad, san Florido. Se había preparado a la nueva vida mediante la renuncia a toda satisfacción terrena; Dios le hizo ver, en ese mismo momen– to, que debía renunciar también a los consuelos espirituales. El rito de la vestición se concluía con un gesto de elocuente significado:

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