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410 «.. .el Señor me dio hermanos» Todos se dieron a componer y vestir los muñecos y a disponer la sucesión de las escenas. A Lucrezia se le confió el encargo de mane– jar los hilos, escondida bajo el tablado. En lo mejor de la represen– tación, ante numerosos invitados, he aquí que las figuras se paran de pronto; la pequeña operadora se niega a continuar no obstante todas las insistencias. Aquella normal satisfacción ante el aplauso general por el éxito produjo en ella una repulsa súbita, como si estuviera sustrayendo a Dios lo que a El solo pertenecía. A este sentido de rectitud se unía una capacidad tal de discerni– miento que la hacía descubrir sin esfuerzo el desagrado de Dios en sus acciones y en sus sentimientos. Hasta el afecto que profesaba a su buena nodriza le pareció quitárselo a Dios. Una de las infideli– dades de la infancia, que dejó en ella recuerdo permanente, fue en relación con la Virgen María. Una mañana le había ofrecido un hermoso clavel ante un gran cuadro que había en una sala; pero más tarde, con la volubilidad propia de la edad, fue a llevárselo. Por la noche, en el examen de conciencia que acostumbraba a ha– cer, tuvo fuerte remordimiento de semejante conducta. Lucrezina crecía bella, con una belleza que todos admiraban. Un día, siendo de unos seis años, oyó cómo las mujeres de casa ponderaban entre ellas el atractivo de la condesita silenciosa. Y le vino el deseo de cerciorarse hasta dónde era verdad. Se subió con una silla sobre una mesita para mirarse en un espejo, pero al puesto de éste se encontró delante un cuadro de la Virgen, y oyó en su interior que le decía: -¡Eres boba! ¿De qué sirven tales vanidades? Te basta ser be– lla en el alma. Le hicieron tal efecto estas palabras que, llena de vergüenza, cerró todos los ventanillos. Y por toda la vida lloraría aquella con– descendencia con la vanidad. Por lo demás, su adiposidad venía a contrapesar la delicadeza de sus facciones y le procuraba .no pocas desazones, ya que a veces tenía que renunciar a acompañar a los suyos en las salidas para no serles de estorbo. Entre los hermanos mayores había uno, Domenico, que supo ganarse de modo especial su confianza, tal vez por cierta afinidad de temperamento y de riqueza interior. Era aficionado a la pintura

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