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406 «...el Señor me dio hermanos» le producía, asimismo, inmensa alegría que comunicaba a quienes trataban con él; como también los hechos extraordinarios que flore– cían tras sus huellas y que pedía multitud de enfermos y afligidos que acudían a él. Obediencia hasta la muerte El padre Ignacio había venido a buscar en el convento obedien– cia y obediencia quiso practicar hasta el final. «¡Obediencia! ¡Obe– diencia! -decía a los novicios y a los hermanos durante los ejerci– cios espirituales-. ¿Qué cosa más grata podemos ofrecer a Dios que nuestra obediencia?». No era una frase sensacionalista, sino la expresión de su convicción y de su vida. ¡Qué alegría le daba y qué paz! Un día, el padre provincial le expone la situación del convento de Chivasso, donde todos los religiosos estaban en cama, atacados de una epidemia que hacía víc– timas en toda la región. Todavía no había terminado de hablar y el padre Ignacio se pone en seguida de rodillas para pedirle la ben– dición a fin de acudir en ayuda de aquellos hermanos. Sin pensar siquiera en subir a la celda, baja al Po, se embarca y después de tres horas ya está en Chivasso dispuesto a prestar todos sus servi– cios amorosos. Bastaba que el superior, instado por los apremios de personas que reclamaban la asistencia del padre Ignacio, pidiese con pruden– cia si le vendría bien bajar a Turín, para que él inmediatamente le dijera: «Padre, no piense en mis achaques, ni en mis años; con la obediencia lo puedo todo». Y así hasta un año antes de su muer– te, no obstante su hernia y sus venas varicosas que a veces se le abrían y sus callos en los pies. En la víspera de una tanda de ejercicio espirituales que tenía que dar a sus hermanos, resbaló y se precipitó hasta el fondo de la escalera. Queda tan magullado que no logra mantenerse de pie. Preocupado el padre superior por el sustituto del predicador, resuel– ve el padre Ignacio: «Padre guardián, sé cumplir con la obediencia y quiero cumplirla todavía. Que me lleven al coro y predicaré». Le llevan y habla con un entusiasmo nunca visto. Al día siguiente, ya podía él solo bajar al coro.

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