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IGNACIO DE SANTHIÁ 399 Acerca de su método educativo se podría escribir un buen tra– tado de pedagogía franciscana. Tendríamos la base en los numero– sos y detallados testimonios de sus alumnos y otros hermanos reli– giosos, unánimes en afirmar su envidiable preparación en este deli– cado sector. Apoyó su pedagogía en estos dos pilares: 1) amar divinamente; 2) ir por delante con el ejemplo. No era un sentimentalista, ni un afeminado, ya que sabía adies– trar a los jóvenes para la lucha, para la mortificación, la penitencia y, al mismo tiempo, instruía, corregía y daba ánimos con un cuida– do tan exquisito y con palabras tan amorosas, que el áspero camino se convertía en dulce. Desde el primer día quiso ser para los novicios no sólo el guía, sino también el modelo viviente, sabiendo que el joven se deja con– vencer mucho más por los hechos que por los razonamientos. Insis– tía sobre la necesidad de observar la Regla para ser buenos religio– sos. Bastaba seguirle en sus actos de cada día para comprender la importancia de las advertencias. Quería que los jóvenes le hicieran notar las faltas en las cuales él mismo podía incurrir y se lo agradecía con humildad. Todo esto hacía que los novicios aceptasen bien las oportunas correcciones. Mirar a Cristo Como san Francisco, el padre Ignacio pretendía que el ideal supremo de vida fuese Cristo. En sus diarias conferencias, intencio– nadamente apelaba a las virtudes predilectas de Francisco: la pobre– za absoluta de Belén; la abnegación total del Calvario; la desborda– da caridad del Tabernáculo. Preparaba a los jóvenes para la Navidad con una devota nove– na, durante la cual todas las tardes resaltaba la benignidad, la hu– mildad y la pobreza del niño Jesús. Quería, sobre todo, que la Na– vidad fuese una fiesta llena de luz, de cantos y de alegría. Inculcaba que fueran constantes las miradas a Cristo cruci– ficado, recordando que la vida franciscana debe ser una vida de crucifixión.

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