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Beato Ignacio de Santhia Siempre a la disposición de todos Alejandro Rossi Cuando don Lorenzo Mauricio Belvisotti, a principios de mayo de 1716, se presentó al padre provincial en el convento del Monte, en Turín, para decirle que quería ser capuchino, fue acogido con asombro. Ni allí arriba era un desconocido, ya que tenía fama de buen orador por sus ejercicios y misiones predicados con los padres jesuitas de Vercelli. Tiempo atrás no había aceptado el ofrecimiento de una canonjía en Santhia. Además, era preceptor en la noble fa– milia de los Avogadro de Vercelli, que desde hacía poco tiempo le había nombrado párroco de Casanova Elvo, en donde ejercía el derecho de patronazgo . ¿Qué podría ser lo que le empujara a buscar la soledad de un convento? ¿Acaso un fervor momentáneo o una resolución apresu– rada debida a cualquier crisis? El padre provincial estimó conveniente ofrecer al aspirante de 30 años, una amplia visión de las dificultades para ingresar en los capuchinos, en un momento precisamente en que las buenas voca– ciones eran abundantes y la provincia religiosa alcanzaba el período de mayor esplendor, con más de 500 religiosos. ¿Por qué no seguir en la vida de sacerdote secular, en la cual no faltaban ocasiones de hacer el bien? Por la alegría de obedecer El señor Belvisotti no admitió demasiadas palabras y por eso poniéndose de rodillas, dijo: «Padre, en todo aquello que he hecho hasta ahora tengo la sensación de haber practicado siempre mi
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