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390 «... el Señor me dio hermanos» Muerte en serenidad orante El día de la Epifanía de 1723, terminada la misión de Paterno y dirigiéndose a Tessano, donde le aguardaban las capuchinas (cap– puccinelle) para un curso de ejercicios espirituales, el padre Angel, que viajaba a pie, en el camino cubierto de nieve resbaló y se rom– pió una pierna. Asistido por su compañero fray Andrés de Belvede– re Marítimo, fue curado en Rende, donde tuvo larga convalecencia. Desde entonces, durante el resto de su vida, sintió una molestia fas– tidiosa en la pierna, sobre todo al caminar. Pero continuó predican– do, y se sirvió de un bastón para aliviar el peso del cuerpo sobre la pierna lastimada. Sabía y decía que viviría sólo hasta los setenta años . En 1739, ya en sus setenta, predicó la cuaresma en Cetrato, donde entonces residía. Pero luego sus mismos religiosos y otros, y muy especial– mente el príncipe Sanseverino, pidieron a los superiores que hicieran volver a Acri al padre Angel. Y volvió. Quince días antes de la Asunción, que el padre Angel solía pasar en ayunas, participó en oraciones en la iglesia de las capuchinas de Acri y dijo a algunas de ellas que ésa era la última quincena que hacía en honor de la Asunción, «porque me muero». También a sus religiosos, ciego ya desde hacía algunos meses, predecía que iba a partir en breve, y les recomendaba la observancia de la Regla y la oración. El 24 de octubre de 1739, sábado, tuvo fiebre y postraciones físicas que lo obligaron a guardar cama, después de haber celebrado misa en la iglesia del convento, donde se venera la imagen de la Virgen Dolorosa. Pidió hacer la confesión general. El día siguiente, domingo, bajó a la iglesia para participar en la misa, pues real– mente no estaba en condiciones de celebrarla, luego dirigió unas pocas palabras a los fieles y les recomendó el amor al Santísimo Sacramento. Fue su última predicación en la tierra. El testamento hecho a su gente. El 26 de octubre, lunes, recibió la santa unción; el día siguien– te, pidió y recibió el viático, en la iglesia. Vuelto a su camastro, insistía en esta jaculatoria: «Ven, oh buen Jesús, salvador mío, es– peranza mía, alegría mía». Se dirigía a la Virgen de los Siete Dolo-
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