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388 « ... el Señor me dio hermanos» nistro provincial de Cosenza (1717-1720) y visitador general. En las deposiciones procesales se hacen resaltar las características y el estilo del superiorato del padre Angel. Los testimonios, puestos uno al lado del otro como teselas de un mosaico, nos ofrecen un retrato ideal del superior, que hace res– petar el espíritu y las leyes, pero que, ante todo, ama a sus hijos y apoya preferentemente a los más débiles y a los más jóvenes. Superior, como centinela en defensa de la ley. Dice un testigo: «Como provincial, hizo observar la Regla y las Constituciones de la Orden, en cuanto las circunstancias de los tiempos lo permitían, pero sin precipitación, de modo que insensiblemente se vio mejora– da la provincia». Superior, como hermano que ayuda a observar la ley: «Como provincial, como guardián y como visitador corregía los defectos y castigaba a los defectuosos con tal circunspección, reserva, dulzu– ra y tolerancia que, sin ruido, obtenía su propósito, y prefería siem– pre las correcciones secretas a las públicas». Entre las diversas inter– venciones con religiosos particulares, son notables los casos de fray Juan de Acri y de fray Miguel de Acri. Fray Juan, «rudo de cos– tumbres y agreste de genio, causaba molestia a la comunidad y a los superiores». El padre Angel «lo tomó por su cuenta y con mu– cho trabajo consiguió reformarlo y hacerlo dócil y manso». Fray Miguel, otro hueso ... dislocado, que fue puesto en su lugar por el padre Angel. Fray Miguel era «de una fantasía exuberante y de un temperamento ardiente». Pues bien, el superior «se ensimismó con fray Miguel y tanto logró con su prudente conducta que lo redujo a frecuentar los sacramentos, a asistir al coro y a no ser ya gravoso para la comunidad». Superior, promotor de una fraternidad cordial, mediante una equitativa distribución de oficios en la Orden, sin ninguna acepción de personas por razón de patria, simpatía u otra relación. Juzgaba las diferencias entre los religiosos con el Crucifijo delante de los ojos, y castigaba los defectos según la Regla, pero con tanta templan– za y dulzura de caridad que hizo quieto y tranquilo su provincialato y dejó toda la provincia deseosa de tenerlo como superior. La mis– ma conducta observó el Siervo de Dios en los conventos en los que, en virtud de la santa obediencia, aceptó ser guardián. La igual-
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