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ANGEL DE ACRI 385 todos consolados y reconocían la gran caridad que apremiaba al Siervo de Dios en favor del prójimo». Además del confesonario, también su celda parecía una meta o punto de arribo a donde llegaban nobles, príncipes, literatos, obis– pos, sacerdotes. El príncipe de Bisignano «casi continuamente esta– ba en su celda, aconsejándose en todos sus negocios y dependiendo, en todo y por todo, de sus consejos y dirección». Acudían a él muy complacidos los jóvenes de cualquier condición: labradores, ar– tesanos, obreros y estudiantes, porque el padre Angel los compren– día y los guiaba. Apoyó a María Teresa Sanseverino -de los príncipes Sanseve– rino, que dominaban en Acri- en su decisión de hacerse monja capuchina. Obtenido el consentimiento de José Sanseverino, padre de la joven, el padre Angel consiguió, en 1724, dar comienzo a la construcción del monasterio de Acri, llamado de las «capuchini– tas» (cappuccinelle). Allí entró María Teresa con el nombre de sor María Angela del Crucificado en 1726. El padre Angel atendió a las capuchinas y las guió en la vida espiritual, y hasta les dio reglas y estatutos apropiados. Ante las miserables condiciones del pueblo, el rudo fraile de Acri no ahorró invitaciones, ni tampoco denuncias ni reproches pa– ra hacer valer primero la justicia y luego la caridad para con los oprimidos trabajadores del campo. Gritó contra escándalos banca– rios, reducciones arbitrarias del interés de la renta, ciertos impuestos sobre las industrias del gusano de seda, confiscación de propiedades privadas y otros abusos inveterados ... Como el manzoniano padre Cristóforo, el padre Angel levantó su voz una y otra vez ante otros tantos émulos de don Rodrigo -algunos de los príncipes Sanse– verino, Pablo de Mendoza, marqués Della Valle- para defender los derechos del pueblo y de los trabajadores, para apartarlos de injustas ingerencias o decisiones, para suprimir o reducir suntuosi– dades inútiles de palacios, que chocaban con la miseria de las po– blaciones. Visitaba a los pobres en sus sórdidas habitaciones para lle– varles alguna ayuda, sobre todo a las madres cargadas de niños. Daba de comer a los pobres que se presentaban a la puerta del convento.

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