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380 «...el Señor me dio hermanos» Cabizbajo y con no poca amargura y preocupación ante la ine– ficacia de sus manuscritos, en los que la predicación iba desgranán– dose palabra por palabra, el padre Angel tuvo una inspiración: de– jar las predicaciones escritas y adoptar una oratoria más sencilla, más conforme con el estilo evangélico. Se decidió, pues, a emplear ese método de predicación, procurando dar al pueblo cristiano pan más bien que flores, abandonando la altisonante y pomposa orato– ria heredada del manierismo y del barroco del siglo XVII, para aco– modarse al tono más sosegado de los apóstoles y de los primeros capuchinos anunciadores de la Palabra. Buscó la verdad que nutre más que la exposición halagadora del oído, ineficaz para sacudir las conciencias y convertir los corazones. El fracaso de los comienzos sirvió al padre Angel para hacer más evangélica y franciscana su oratoria, oratoria que produce con– versiones y fortalece a los buenos. Vivió entre los tiempos del padre Ségneri (1694), restaurador de la oratoria sagrada en pleno siglo XVII, y los de san Alfonso María de Ligorio (1787), autor de nor– mas de predicación, contemporáneo del capuchino cardenal Francis– co M. Casini (1648-1719) y de san Leonardo de Porto Mauricio (1676-1751). El padre Angel trata de amoldarse a una exposición sencilla y popular y típica de los franciscanos san Bernardino de Sena y san Leonardo de Porto Mauricio. Un juicio sobre el modo de predicar del padre Angel lo expo– nen los dos primeros testigos en el proceso apostólico de Bisignano: «Sus enunciados estaban siempre de acuerdo con la doctrina de la Iglesia... Sus predicaciones eran sanas y dictadas por el Espíritu San– to» ... «Con admirable sencillez partía el pan de la divina palabra, y pensaba que era mejor ser entendido por todos que agradar a pocos por la finura del estilo. Sus palabras eran ardorosas, expre– sión de su celo interior, y todos sus discursos estaban fundados en sólida doctrina, extraída de la Sagrada Escritura. Su modo de decir era sencillo y expresado en lengua vernácula, pero sólido y confor– me a la sana doctrina de la Iglesia». El testigo 15?, en el mismo proceso, dice que oyó a nuestro predicador, e insiste: «Sus predicaciones eran todo fuego... Desde el púlpito y desde el altar arremetía contra el vicio y exponía su deformidad con tal maestría que todos quedaban compungidos».
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