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CRISPJN DE VJTERBO 373 Por lo demás, a cuantos recurrían a él los recibía en la iglesia, junto a la puerta, donde solía permanecer hasta la hora de comer, y después de vísperas en adelante. Un día, ante una de tantas peti– ciones de visita domiciliaria, el padre guardián José María de Nizza, protestó: «Pero ¿cómo es posible que todos quieran a fray Crispín y nadie tenga compasión de fray Crispín?». Mientras estaba dicien– do esto, se le acercó fray Crispín y le dijo: «Padre superior, si la dificultad está sólo en mi debilidad, consolemos cuanto antes a este prójimo nuestro, pues me siento con fuerzas suficientes para n a visitar enfermos». La última enfermedad, una pulmonía, se cebó en fray Crispín el 13 de mayo de 1750. Antes de aquella fecha se había ido despi– diendo de sus amigos . Al príncipe Barberini le dijo: «Debemos ir, debemos ir a nuestra morada eterna». El buen hombre, creyendo que lo decía por él, se asustó; pero fray Crispín aclaró al momento el equívoco . Un día un paisano suyo le sugirió que recordase la pasión, a lo que él respondió: «Ah, sí, padre Angel Antonio, en ella tengo puesta toda mi esperanza». Cuando el enfermero le advir– tió que la muerte estaba ya cercana, prorrumpió en estas palabras: «Laetatus sum in his, quae dicta sunt mihi». No obstante, le asegu– ró al enfermero y a otros que no moriría ni el 17 ni el 18 de mayo para «no estropear la fiesta de san Félix». Y, efectivamente, murió el 19 de mayo de 1750 a las dos y media de la tarde. Durante los últimos días solía repetir muchas veces esta oración: «Concluye, oh Dios mío, la obra de tu misericordia; y, por los méritos de la santísima pasión de mi señor Jesucristo, salva mi alma» . Fue indescriptible la concurrencia de gentes que se acercaban a venerar su cadáver. Uno de los soldados que atendieron al orden, Guillermo Marini, habla con expresiones pintorescas de «aquella muchedumbre del mundo» y de «una avalancha de pueblo». Otro soldado, Juan Uberti, cuenta su emoción al ver a nobles de las familias Falconieri, Bernini, Barberini, Altieri, y de otras más arrodillarse para besar, llorando, el cuerpo de fray Crispín. Y con– cluye: creo que «aquel día ... me salieron de los ojos lágrimas a cántaros». El cuerpo de fray Crispín fue enterrado a los seis días en la iglesia de la Concepción, en la llamada «capilla secreta», en «una

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