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CRISPIN DE VITERBO 371 te que el Dios de las misericordias quiera escucharme a mí, indigno pecador». Una persona encomendada a sus oraciones «no quiere enmendarse después de tantas súpiicas»; y fray Crispín termina con tristeza: «Señal evidente de un corazón empedernido». No se doblega ante los poderosos. Por el contrario, ellos son los únicos con los que el humilde hermano usa un modo de hablar que podría incluso tildarse de duro: «Si quiere que Dios le haga fa– vor y salve su alma... », ¡restituya! «Inspirado por mi amado Jesús le digo ... que reprima sus pasiones». Y tan sólo una vez, si bien con la discreción y brevedad acostumbradas, llegó a fustigar las tur– bias corrientes de vicios que brotaban de aquella fuente envenenada. En cambio sabe compadecer al que sufre de tentaciones. Así a un buen sacerdote de Bagnoregio, atormentado por la duda sobre la validez de su ordenación, le ruega que deseche tan molestos pen– samientos, «pues se trata de una quimera, urgida por el enemigo infernal, que usted ha introducido en su corazón». A un buen párroco, afligido por fuertes ansiedades de espíritu, fray Crispín le aconseja como no lo haría mejor un experto director de almas: «Ensanche y robustezca ese espíritu ... Cumpla alegremen– te (sus deberes, de ordinario tan delicados) y no haga caso de esas turbaciones .. . Procure ... mantenerse alegre en el Señor» y estar ocu– pado en cosas de su afición, que sean acordes con su vocación. «Nuestra vida es una guerra continua», pero ello «es señal de que estamos destinados, por la misericordia de Dios, a ser los grandes príncipes del cielo». Este es un pensamiento que vuelve de continuo a las cartas del hermano de Viterbo: que el cristiano debe distinguir– se por su «alegría de espíritu», a causa de la «eternidad gloriosa» que le espera. Esta es la última carta y la más larga de las publicadas. Se advierte en ella cultura bíblica, delicadeza de trato, penetración sico– lógica y seguridad en el manejo del timón para guiar el alma huma– na entre las más insidiosas tempestades del espíritu; y no se trata sólo del mencionado anteriormente, pues hasta los mejores cristia– nos tienen que vérselas «con el espíritu heredado de Adán». Esta carta puede ser considerada como el testamento de fray Crispín, y, a la vez, como uno de los retratos más expresivos de su fisonomía espiritual.
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