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370 «... el Señor me dio hermanos» de modo especial a su madre María: «Si quieren ir al cielo sean cada vez más devotas de la santísima Virgen». No hay una sola carta donde no lo vuelva recordar. Por otra parte los amigos pue– den tener la seguridad de no estar solos, pues él no cesa de pedir por ellos: «como lo hago siempre en mis pobres oraciones»; «jamás me olvido de rezar... por toda la ciudad de Orvieto». Muchos le consultaban sobre la práctica de la oración mental; por ejemplo, cómo meditar con fruto sobre la pasión de Jesús. Y fray Crispín les responde que tengan presente «quién padece, qué padece y por quién padece». Y aduce abundantes consideraciones con la convic– ción que proporcionan las cosas largamente rumiadas. En realidad «la pasión dolorosa de Cristo es suficiente para librarnos a todos del infierno». A fray Crispín no se le ocultaba nada, ni siquiera por carta: enfermedades, preocupaciones por los hijos, pruebas espirituales, di– ficultades en las comunidades religiosas, partos dificultosos, «¿debo casarme otra vez?» («sí, para la salvación de tu alma»), recomenda– ciones (el mundo ha sido siempre igual), congojas de confesores an– te las más graves calumnias ... Ninguna carta queda sin respuesta, pues ni siquiera la humildad es capaz de excusar a fray Crispín del ejercicio de las obras de misericordia. Esta es la respuesta que dio al menor de dos herma– nos, después de haberle advertido, con una punta de ironía, que no se debe pedir consejo al asno del convento: «A fin de que no surjan contratiempos después del matrimonio, como suele suceder con frecuencia en tales casos, para mí que debe casarse el hermano mayor». Y a éste le escribe con toda claridad «que no dé oídos a nadie que le quiera coaccionar a hacer donaciones», porque se arrepentirá. «¡Pero basta! Vuestra señoría tiene criterio... Sólo le digo que se acuerde de salvar su alma». A veces escribe con autoridad: «Sea más atento al servicio de Dios» . «Sobre todo sea humilde, pues es éste el fundamento de to– das las virtudes». «Solamente os pido que penséis bien en todo lo que os he dicho». Pero fray Crispín no vive en las nubes; es realista y sabe que el Señor puede escuchar una oración, de la misma mane– ra que los hombres pueden hacerla inútil. Así, después de haber rogado al Señor por sus amigos, escribe que ahora «queda solamen-
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