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CRJSPIN DE VITERBO 369 Pero de ellas sólo una mínima parte ha llegado hasta nosotros. El padre Isidoro de Alatri recogió en la vida del beato 43, escritas entre 1726 y 1750, es decir, pocos meses antes de su muerte. Lásti– ma que sus biógrafos les hayan prestado tan poca atención. En ellas está fray Crispín de cuerpo entero, con su santidad humilde y hu– mana, nada complicada, transparente como un tersísimo cristal. Se diría que cada carta es como una instantánea del alma del hermano de Viterbo. Muchas de ellas son de humilde cortesía. Los amigos le escri– bían para mandarle saludos; éstos, sobre todo cuando ya era ancia– nos, iban muchas veces acompañados de pequeños obsequios. Y fray Crispín cogía la pluma, y con la mano cansada por la fatiga y por la enfermedad, esbozaba una tarjeta de agradecimiento. Se siente agradecido por el recuerdo que los amigos conservan «de un pobre pecador. .. de un miserable ... de un pobrecito». Sabe agradecer un regalo: «Le agradezco sinceramente las hermosas escobas enviadas a este indigno». Da las gracias al que le ha enviado «un pollo», «sabrosas» pastas, «excelente» vino. Y como sucede con la gente del pueblo, que, por tenerlas que sudar penosamente, sabe bien el precio de las cosas, fray Crispín no quiere ser gra'loso para nadie: «Por lo que se refiere al vino, os suplico no me lo enviéis .. . cuando lo necesite os lo comunicaré» . Y sabiendo que sus amigos deseaban ocupar un lugar en su corazón, les aseguraba que sigue alimentando hacia ellos la misma «antigua» e «indeleble» amistad, traducida ahora en oraciones incesantes . Se interesa por sus amigos, los anima, tran– quiliza y exhorta ; pero, sobre todo, los eleva a una atmósfera más alta, al cielo de la voluntad salvadora de Dios, tan– tas veces dolorosa y sangrante para la pobre naturaleza humana. De hecho fray Crispín sabe inculcar las verdades cristianas, aún cuando pesen como una carga: «Con alegría de espíritu ... bese la mano amorosa de Dios, que lo azota como padre para no castigarlo como juez». En la lógica crispiniana los sufrimientos son «holo– caustos perfumados que se elevan hasta el Altísimo»; y la acepta– ción de la voluntad divina es «señal evidente de predestinación» . Para que todo ello resulte más suave, fray Crispín recomienda la oración recurriendo a Dios con frecuencia y con confianza; pero
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