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366 « ... el Señor me dio hermanos» sen «sus cruces»; «pero cuánto mayor fue la cruz de Cristo». Más de una vez dijo que las cruces de los religiosos «eran de paja en comparación con las de los seglares; y que las de los seglares, aun– que de hierro, en nada podían compararse con la que llevó» Cristo. Tenía, por tanto, una visión más bien pesimista de la vida religiosa, tal como se vivía en su tiempo. Quería que fuese comprometida, austera y operativa. Solía repetir: «Hijos, trabajad mientras sois jó– venes y sufrid de buena gana, pues cuando se llega a viejo no queda ya más que la buena voluntad». Tan agradable como era en el mo– do de «advertir», cuando se trataba de religiosos dejaba a un lado de buen grado imágenes y alegorías. Así a fray Francisco Antonio de Viterbo, que se había peleado con el guardián, le dijo con toda claridad: «Paisano, si quieres salvar tu alma has de hacer lo siguien– te: amar a todos, hablar bien de todos y hacer bien a todos». A otro le sugirió: «Si queréis vivir contento en la comunidad, debéis practicar, entre otras, estas tres cosas: sufrir, callar y orar». Era particularmente severo con el que descuidaba el voto de obediencia. Solía advertir: «El que no obedece es un alma muerta ante Dios y ante el padre san Francisco y un cuerpo inútil para la religión»; « ... es semejante a un joven sin juicio, mentecato y perturbado en una familia, que no vive más que para molestar e incomodar a los demás y provocar desórdenes»; « ... es como un cuerpo muerto en una casa, que no hace otra cosa que apestarla con su hedor». Exhortaba a socorrer a los pobres que se acercaban a la porte– ría; y decía que Dios proveería en abundancia «cuando tuviéramos abiertas las dos puertas, a saber, la del coro para mayor gloria del Señor, y la de la portería para bien de los pobres»; y también: «la portería mantiene al convento». Fray Crispín era exigente con los religiosos, pero no era pesi– mista respecto de la Orden. Consideraba gran merced poder servir en ella a Dios. Encontrando una vez a un niño orvietano, Jeróni– mo, hijo de Magdalena Rosati, le predijo que llegaría a ser capuchi– no tarareándole: «Sin pan y sin vino, hermano de fray Crispín». El muchacho se hizo fraile con el nombre de fray Jacinto de Orvie– to y murió en Palestina en 1749 siendo todavía clérigo y sin cumplir los veintiún años de edad.
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