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CRISPIN DE VITERBO 365 cia el fin prox1mo e imprevisible con estas palabras: «Todo el que nace, muere». Al que se entregaba a las vanidades del mundo le recordaba: «Cada día se va un día». Animaba a enfermos y atribu– lados diciéndoles: «El sufrimiento es breve, pero el gozo es eterno»; o bien: «Tanto es el bien que espero, que en la pena me deleito»; «Dios me lo ha dado, Dios me aliviará; hágase su santísima volun– tad». Al que le compadecía por sus sufrimientos le respondía alegre– mente: «¿Cuándo quieres padecer por el amor de Dios, cuando es– tés muerto?». Y también: «¿Pues qué, queremos esperar a sufrir cuando estemos en el hoyo?»; y por «hoyo» entendía la fosa del cementerio. Más a menudo advertía: «Al paraíso no se va en carro– za»; «El paraíso no se ha hecho para los perezosos; «Al paraíso no se va en zapatillas». El pensamiento del infierno le hacía exclamar a menudo: «¡Oh, eternidad, eternidad!»; si bien estaba convencido de que «hay que aguantar más para ir al infierno que para ganar el cielo con santas obras». Y añadía: «La muerte es una escuela de hacer entrar en juicio a cuantos locos se afanan por el mundo». Y él ayudaba a los locos que encontraba a entrar en razón a tiempo. A los comer– ciantes les decía: «Pensad que Dios ve el contrato y la paga». «Aún estás a tiempo de cambiar de calle si quieres cambiar de suerte para el cielo y para la tierra». Y advertía: «Lo mundano no conduce a Dios»; «El avaricioso se condena». Pero la mayoría de las veces procuraba infundir sentimientos de confianza. Así a los que le pre– guntaba por su salvación «les respondía inmediatamente que, si te– nían esperanza de salvarse, se salvarían». «Siempre daba a entender que la misericordia de Dios es infinita». «La misericordia de Dios, señora, es grande. Deje su mala conducta con una buena confe– sión». «El poder de Dios nos crea, su sabiduría nos gobierna, su misericordia nos salva». A la señora Paula Schiavetti, atormentada de escrúpulos, l.e respondió: «Cuando el hombre hace de su parte todo lo que sabe y puede, en todo lo demás debe arrojarse al mar de la misericordia de Dios». Son especialmente abundantes los dichos de fray Crispín sobre la vida religiosa de los capuchinos, sobre la cual exclama: «Oh, cuán obligados estamos al Señor, que nos ha llamado a la santa reli– gion». En ella sirvió él llevando alforjas y garrafones como si fue-
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