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CRISPIN DE VITERBO 363 Sus aforismos En un bosquejo biográfico de fray Crispín de Viterbo quedaría una laguna difícil de llenar si no se mencionaran sus aforismos : dichos, sentencias, máximas, reflexiones o exclamaciones, en los que él, como auténtico maestro, sabía condensar el jugo de sus convic– ciones más profundas y de sus sentimientos. Hombre reflexivo y cortés, sentía gusto por las semejanzas y las imágenes, y era habilí– simo en desviar una conversación cuando era necesario superar una situación fastidiosa o cuando quería sustraerse a las alabanzas que se le dirigían. Sobre todo sabía encontrar palabras y modos adecua– dos cuando se trataba de «hacer una advertencia» a cualquier clase de personas. Lo observó con feliz intuición el hermano fray Domin– go de Canepina, de cuarenta y tres años, quien declaró en los pro– cesos: «Cuando hacía una piadosa advertencia usaba un modo dulce y cortés, aparentando bromear santamente y como dirigiendo el ra– zonamiento a una tercera persona, a fin de lograr su intento mejor y más prudentemente .. .». Algunos de los aforismos de fray Crispín se siguieron repitien– do mucho tiempo. De ello dan fe no sólo los procesos , donde se citan en gran número, sino también el hecho de ser oídos en las calles y en las casas. Tan es así que un capuchino, el padre José Antonio de Valtellina, predicando una cuaresma en las aldeas de la región de Orvieto (Lugano, Torre, Sala, Prodo y San Venancio), creyó oportuno comentar «dichos y máximas» de fray Crispín; y la gente acudía, para oírselos repetir, incluso porque estaba conven– cida de su eficacia. Vamos a citar también aquí algunos de ellos, sin la pretensión de ser completos, ni de encuadrarlos en el contexto en que fueron dichos, cosa que requeriría demasiado espacio. A menudo, levantando los ojos al cielo, fray Crispín exclama– ba: «¡Oh bondad divina!» . O bien, invitando a admirar la naturale– za, decía: «¡Qué grande es Dios, qué grande es Dios!». Con fre– cuencia suspiraba: «Oh, Señor ¿por qué no te conoce todo el mun– do y te ama?». Y exhortaba: «Amemos a este Dios, porque se lo merece»; «Ama a Dios y no te equivocarás; haz el bien y dejas que hablen». A los comerciantes le amonestaba: «Pensad, no seais

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