BCCCAP00000000000000000001625
CRISPIN DE VITERBO 353 ban «nuestro san Félix». Lo cual demuestra que fray Crispín se había conquistado la simpatía y la veneración del pueblo ya desde su primera salida a la ciudad, y ello tanto por su estilo de vida, como por lo que pedía y lo que daba. Dada la distancia existente entre el convento y Orvieto, y el camino sumamente dificultoso que debía recorrer, el limosnero dis– ponía de una pequeña residencia dentro de los muros de la ciudad. En tiempo de fray Crispín hubo el ofrecimiento de otra más amplia, que después fue ocupada por los franciscanos reformados; pero él desaconsejó su aceptación para no faltar a la pobreza. Por tanto, la mayor parte del tiempo lo pasaba en medio del pueblo, mezclado con él en las misas, en las predicaciones, en los funerales y en las distintas funciones acostumbradas en las iglesias de la ciudad. Todos le conocían a él, y él, a su vez, conocía a todos. A todos saludaba con su «adiós, santito», tanto que cada uno se tenía por especial amigo suyo. Esto no obstante, el cardenal Felipe Anto– nio Gualtieri lo llamaba «el solitario de la ciudad», y no pocas ve– ces sucedía que su compañero le debía tirar del manto para que correspondiese al que le saludaba. Más de un testigo advierte que, a pesar de conocer la vida y milagros de personas y familias, nunca comentaba nada de esto en el convento. Con los frailes era reserva– do; aún en las recreaciones, «apenas se hacía ver de los demás, decía cualquier palabra de cortesía y después desaparecía rápida– mente». El padre Miguel Angel de Reggio Emilia, que, sin conocer– lo, lo había encontrado en la plaza del duomo, lo calificó de «ale– gre, pero serio; devoto, pero sin afectación». Antes de salir del convento cantaba el A ve, maris stella; des– pués, rosario en mano, se dirigía a la limosna, que, de ordinario, no le llevaba mucho tiempo; de hecho le sobraba para visitar enfer– mos y encarcelados. Le solía decir al compañero: «¿Es que nosotros no debemos hacer algún acto de caridad para con los pobres?». Como limosnero se sentía en la obligación de procurar las cosas necesarias para los frailes. Por eso, antes de salir de casa, pedía al cocinero le dijese qué se necesitaba en el convento, en la confian– za de poder conseguirlo. Y así en la limosna se limitaba a solicitar lo necesario y nada más. Muchas veces se le ofrecía más de lo que demandaba la necesidad. Entonces él, ,agradeciéndolo, respondía:
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz