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24 «...el Señor me dio hermanos» Así lo contó fray Bonifacio En el convento romano de San Nicolás de Portiis recibió a fray Félix el padre Bernardino de Astí, que era, a la vez que guardián de la casa, procurador de los capuchinos en la curia romana; él lo presentó al padre Rafael de Volterra, quien gobernaba entonces la provincia capuchina de Roma en funciones de vicario provincial. A estas alturas entra en escena fray Bonifacio de Fiuggi. En 1587 sobrepasaba los noventa años. Los jueces sinodales se traslada– ron a la enfermería de Roma, donde estaba hospedado desde hacía cuatro años, para recoger su testimonio. Y él rememoró: - Había sido «maestro» de fray Félix. En cuarenta años no se habían perdido de vista nunca. En los últimos tiempos, sobre todo, el antiguo discípulo había venido a visitarlo frecuentemente. En aquellos encuentros, los dos parecían como viejos soldados reu– nidos nuevamente bajo el mismo techo en invernal atardecida. Entre silencios y escuetas frases, eran recordados y revividos, otra vez, todos los antiguos hechos. Pero ahora el discípulo había precedido al maestro al lugar de la recompensa, y tocaba al maestro procla– mar la gesta del discípulo. Su gesto, con todo, no era el ademán piadoso de quien deposita una flor en la tumba del amigo cordial: más bien descorría un velo para que la figura luminosa del santo apareciera ante los hombres en todo su esplendor. Una mañana de enero o febrero de 1544, probablemente bajo la lluvia, habían partido para Fiuggi juntos. El vicario había decre– tado que fray Félix cumpliera allí el año de noviciado bajo la guía de fray Bonifacio. En un largo trecho patearon la Casilina. Sin du– da, los viajeros acompañaron sus pasos (los frailes, entonces, viaja– l;>an a pie) desgranando las cuentas del rosario. Apenas, tras una hora de camino, pasaban por Centocelle, sumergida entonces en la desolada campiña romana. Si hubiera sido profeta, fray Félix ha– bría bendecido a Dios por la feligresía que puebla hoy aquel sector apiñado en torno a la parroquia erigida en su honor. Se habría alegrado por la piedad de aquella gente y por la bella iglesia, regen– tada por sus hermanos. Hacia el anochecer del segundo día llegaron a Fiuggi. El con– vento, casa del noviciado hasta ayer, se levanta sobre los escarpados

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