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VERONICA GIULIANI 339 hacerle verdaderamente creer. .. que sería quemada viva!». Pues bien, todos estos confesores para Verónica tenían un sólo nombre: «la obediencia»; una capuchina, en el curso de los procesos, explicará que para Verónica el confesor era aquél que revelaba, siempre, de modo definitivo e incontrovertible, la voluntad de Dios, que era obli– gatorio ejecutar con ciega obediencia. Ellos usaron esta arma terri– ble para ordenarle las cosas más penosas, extrañas, gratuitas, absur– das. Que Verónica obedeciese siempre, se consideró como virtud he– roica; pero el hecho de que no se volviese loca, más aún, que jamás perdiese su calma ni tuviese una sola palabra de lamento, revela el inalterable equilibrio de su sistema nervioso. No era pues histéri– ca, ya que era capaz -aunque sea con el corazón sangrante- de mantener un tal dominio de sí. Sea como fuese, para comprender y, tal vez, al menos en parte, explicar el doloroso calvario de la vida de Verónica, es necesario un profundo estudio sobre sus confesores, personas ciertamente ani– madas de la mejor buena voluntad, pero también envueltas en los esquemas conceptuales de su tiempo. Otro punto sobre el que será necesario indagar son los libros a disposición de las religiosas, las devociones que se acostumbraban a practicar en el monasterio, las imágenes constantemente expuestas a su mirada. En aquel ambiente cerrado y lejano de los rumores del mundo, lecturas, devociones e imágenes pueden ser más profun– damente receptibles y por ello hacerse obsesionantes. Cito cualquier ejemplo. En el tiempo de Verónica, circulaban imágenes del corazón de la beata Clara de Montefalco, en el que se había impresos los instrumentos de la pasión de Cristo. Un colega del Instituto, Servo Gieben, no ha encontrado casi nada de franciscanismo en el viejo fondo de la biblioteca del monasterio, ciertamente no actualizado. Esto puede corroborar a una impresión mía, que es ésta: que la santa no haya tocado ni siquiera de resfilón la espiritualidad fran– ciscana. Ponemos aquí un ejemplo. Verónica está toda concentrada sobre sí misma, analizando, no digo las propias acciones, sino inclu– so los propios sentimientos. Pues bien, si alguna vez mira a su alre– dedor y ve «el cielo tan bello y estrellado», ¿qué cosa hace? Lo considera parte de su «humanidad» (su creación artística, una per– sonificación que ella pone en escena mil veces en sus escritos) y dice:
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