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VERONICA GIULIANI 337 Hermanas, confesores y lecturas La vida religiosa en el monasterio, en la segunda mitad del siglo XVII, no parece estuviese sin sombras. Algunas fugaces refe– rencias de los procesos hacen reflexionar. Menciono los envidiosos arrebatos de la abadesa, públicamente en el coro; las «gravísimas y punzantísimas persecuciones» que Verónica hubo de sufrir «por muchos años» por parte de algunas religiosas, siempre dispuestas a tratarla de bruja, o endemoniada, o hipócrita, y que la pobre perseguida las llamaba sus «benefactoras», en cuanto le daban ocasión de ejercer en grado heroico la paciencia. También de abadesa en– contró amarguras y contrariedades por parte de algunas religiosas, y debió hacer uso de toda la firmeza de que era capaz (en el año 1695 escribía al padre Julián Brunori, jesuita: «yo soy por naturale– za de cabeza dura») para conducir el monasterio a la observancia y a la perfecta vida común. Algunas alabanzas tributadas a Veróni– ca como abadesa hacen vislumbrar la sospecha que su modo de ac– tuar era desacostumbrado, capaz por tanto de despertar admiración. Por ejemplo, viene señalado que, durante su gobierno, en el monas– terio reinó la paz, que la sabía imponer sin recurrir a la autoridad externa; que del dinero recibido o gastado «daba cuenta e informe en público a nosotras las demás religiosas»; que no tenía curiosidad de aquello que sucedía fuera del monasterio y que se preocupó de modo casi obsesivo por tener cerradas las puertas externas del mo– nasterio. Siendo maestra había conseguido desterrar instrumentos mu– sicales y pajarillos encerrados en jaulas. Merecen atención también algunas de sus constantes preocupaciones en la educación de las no– vicias; quería que no se permitiesen nada que favoreciera el abando– no y, sobre todo, tuviesen «cuenta de las cosas del monasterio»: ¡res communes, res nullius!». Tal vez no es exagerado reconocer se diesen penosas escenas en la vida cotidiana por su preocupación de tener que dar cuenta a Dios de la «costumbre» que sus novicias hubieran cogido. En los cerca de treinta años que dirigió el noviciado, Veró– nica tuvo ocasión de formar una entera generación de religiosas. La cosa no fue fácil, porque debió tener en cuenta las costumbres del tiempo (que eran por desgracia malas). Ordinariamente, las candi-
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