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336 « ... el Señor me dio hermanos» cuidado e insistía -anota la religiosa- que nosotros vistiésemos, sí, como pobres capuchinas, pero quería que estuviésemos limpias». Se había dicho que tenía el capricho de la propiedad y del decoro, especialmente en lo que se refería a los paños sagrados, que no cesaba de hacerlos lavar, cambiar, limpiar. Las religiosas se maravillaban del tacto y discrección con que confiaba oficios e imponía penitencias: tenía siempre en cuenta la capacidad y la dis– posición de cada una, que ellas atribuían a una superior iluminación divina, pero que, tal vez, simplemente era fruto de observación e intuición. En algunos episodios está la primaveral fragancia de una «flo– recilla». Un año hubo escasez de frutas, y las religiosas, al prin– cipio de la cuaresma, estaban contrariadas, porque sus cenas, en ese tiempo, consistía ordinariamente en tomar algunas de ellas. Ve– rónica entonces recomienda orar, y he aquí que un borrico, cargado de manzanas, se para delante del monasterio, y,, confirmando su fama, se obstina a no querer seguir adelante. Verónica compra toda la carga. ¡Así la paz volvió al monasterio, donde se pudo ayunar según la tradición! Al final de la vida, Verónica tiene compasión de las hermanas que, cansadas y abatidas, no se alejan de ellas ni siquiera para to– mar un bocado. Para aliviarlas, con la mano no paralítica, lleva a sus bocas los dulces que la piedad de los devotos le han mandado en regalo . Sor María Magdalena Boscaini contó que, para procurar un poco de distracción a las novicias, se mezclaba con ellas persi– guiendo a los grillos por la huerta, a pesar de estar «hinchada y tumefacta como un balón» debido a la hidropesía. Son simples hechos, a lo más episodios algo marginales en el conjunto de su vida . Pero a ellos se podían añadir otros para no acabar nunca. Todos demuestran la humanísima condición y la viva participación de Verónica en la vida de cada día. Son hechos, y por esto prueban, más que cualquier argumento, que el misticismo de Verónica es auténtico, porque ella no está cerrada y replegada a sí mismo, como sucede en los falsos místicos, monstruosamente egoístas.
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