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334 «... el Señor me dio hermanos» el nuevo dormitorio, las fuentes y la conducción del agua a la huer– ta y a la cocina, «y otras reparaciones en el monasterio». Entre las obras señaladas sólo genéricamente, va indicada tam– bién la apertura de un pozo del que se podía coger agua directa– mente desde la enfermería, evitando así tener que recorrer medio monasterio para llevar a aquel lugar una jarra de agua. Verónica se manifiesta mujer extremadamente práctica y solícita en hacer ra– cional la fatiga diaria para el buen funcionamiento del monasterio. Era rapidísima en el trabajo: ¡realizaba en una hora lo que otras religiosas hacían casi en una jornada! Explícitamente, nos referimos a los «detentes» por así decirlo, pequeños objetos de devoción para tener en casa o llevarlos consigo. Venían a ser como amuletos con los que se quería tener alejado al diablo. En los procesos, encontramos dos testimonios que hablan de la inteligencia de Verónica. El primero el del padre Vicente Segapeli, filipense, quien afirma: «tenía un entendimiento abierto y era de– gran capacidad» . El otro, atribuido al obispo Lucas Antonio Eusta– chi, que mantenía no haber tenido inconveniente llevar a Verónica por el camino del calvario, pues la consideraba «capaz de ordenar un mundo». Dos juicios tal vez un tanto enfáticos, pero ciertamente no privados de fundamento, y que es necesario tenerlos en cuenta si se quiere comprender a Verónica, mujer de temperamento artísti– co (además de místico) y de un excepcional sentido práctico. En fin, la mente constantemente elevada en Dios y la observa– ción tan minuciosa y atormentada, del propio espíritu, no le hacía perder de vista la humilde realidad diaria, no la enajenaba del pe– queño mundo conventual, en que vivía encerrada. Por el contrario, precisamente aquella elevación y aquella observación daban un sen– tido a su vida y a sus acciones, ayudándola a ser toda para los demás . Ella es del número de las grandes almas místicas - como Catalina de Siena, Teresa de Avila, Margarita de Alacoque- extre– madamente prácticas, aunque la clausura le impida irradiar la pro– pia acción en la medida de sus hermanas mayores. El inicial conflicto entre contemplación y acción era ya un leja– no recuerdo. Y Verónica, en los treinta años que fue la guía del noviciado, tuvo cuidado de adiestrar a sus novicias también en los trabajos manuales. Un testigo refirió que era constante empeño suyo

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