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VERONICA GIULIANI 333 la colada, labor esta particularmente dura durante el invierno, en que debía lavarse al aire libre, con el frío y la nieve. Por otra parte, cómo lo pudiese gobernar con esos inconvenientes era un misterio incluso para Verónica misma, que ya en el 1697 escribía «no dejo nada, ni molestias, ni trabajo. Pero ... no sé como estoy en pie». Constante empeño fue de Verónica el ser toda y siempre para los otros, especialmente para las enfermas, a las que vigilaba y ser– vía noche y día; si el mal era grave, no se alejaba de ellas ni siquie– ra para comer o para intervenir en la oración común. Sor Ludovica Marsili, devorada por el cáncer y moribunda, la quería sentir ha– blar, porque -le decía- «cuando oigo vuestra voz, no siento el mal». Las repugnancias de antes no existían, y Verónica estaba dis– puesta para hacer de enfermera aún en los casos más penosos. Iba igualmente a la puerta del monasterio para curar a la conversa ex– terna sor Antonia, infectada de gangrena en el seno, un mal que la llevó a la tumba. Era todo ojo en descubrir y proveer a las necesidades de las religiosas, en lo referente al alimento y al vestido, estuviesen sanas o enfermas. Sus intuiciones, referentes a esto, más de una vez fue– ron atribuidas a particular iluminación divina. Entre otros muchos, recordamos el caso de la novicia María Rosa que, afligida por cons– tantes náuseas e inapetencias, disimula su mal para no ir a la enfer– mería. De improviso, una noche, ya extenuada por el largo ayuno se llega a ella Verónica, que ofreciéndole dulces, le dice: «Hermana, tomad; me parece haber intuido que tenéis necesidad de algo para sosteneros ... otra vez no hagáis así» . Los testigos, y en particular las religiosas, reconocen como mi– lagro de la divina providencia las limosnas que llegaban al monaste– rio durante el tiempo en que estuvo de abadesa Verónica, que fue– ron años de carestía. Ciertamente, todos saben que los santos, ya peregrinos o ya reunidos en la patria, son los canales preferidos por la providencia. Sin embargo, lo que más nos interesa es el uso que Verónica hizo de aquellas limosnas . Sor Florinda Cevoli refirió que Verónica, elegida abadesa, «encontró el convento ruinoso y con necesidad de construirlo y repararlo», y a pesar de «grandes dificul– tades y obstáculos», llevó a feliz término obras importantes, como
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