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332 « ... el Señor me dio hermanos» Será la norma práctica que seguirá hasta el último día de su vida y que con los modos más convincentes inculcará a sus religiosas. Para vencer las repugnancias de Verónica hacia el trabajo ma– nual existieron tal vez indicaciones y también algunas intervenciones de los confesores. El jesuita Juan María Crivelli, en los procesos, atestigua haber impuesto a Verónica «algunas penitencias muy parti– culares y extravagantes». Pero decir «extravagantes» era solamente un eufemismo, del todo fuera de lugar, después de que Verónica había muerto considerada santa. En efecto, en más de una ocasión, la había obligado a limpiar con la lengua un cuartito oscuro y des– habitado del monasterio, donde la pobre prisionera debió habitar por largo tiempo (en esta ocasión la pobrecita engulló arañas y tela– rañas); otra vez para mortificar la sensibilidad y esquivez hacia las cosas inmundas, «le impuse lamer con la lengua los lugares comu– nes de la comunidad»; igualmente, la sometió a la obediencia de una rústica conversa, sor Francisca, que entre otras cosas le ordenó limpiar el gallinero. Un último toque de gracia: este confesor seguro de sí e invasor, destinó a Verónica como la «última enfermera, cuyo oficio era estar subordinada a las otras, llevar agua, leña, barrer y limpiar los vasos incluso los más inmundos». Una vida toda ella para los demás Volveremos a hablar de la parte habida por los confesores en la atormentada vida de Verónica. Por ahora nos basta haber anota– do la diversa actitud de ella en relación con las actividades domésti– cas y los servicios, en los que testigos del proceso, en gran número, nos la presentan empeñadísima. Incluso de abadesa, aunque vieja y enferma, «se maltrataba en todas las molestias de los trabajos del monasterio», acudiendo a lavar, a la cocina, a la despensa, al refectorio, al huerto, especialmente «en las horas más incómodas como es en lo avanzado del día», a llevar agua a la enfermería. Hay quien no sabe callar su propia admiración al recordar có– mo ella, enferma de hidropesía, pudiese «gobernar con tantas moles– tias el monasterio, estando siempre en movimiento para socorrer ahora a una, ahora a otra de las religiosas» especialmente en hacer
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