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VERONICA GIULIANI 329 Al ingresar entre las capuchinas , ella lleva consigo inestimables riquezas espirituales: la inocencia, el hábito a la oración, un entu– siasmo sin límites, la firme voluntad de trabajar en serio y una grande dosis de ingenuidad que no le deja imaginar obstáculos especiales a su ardiente sed de perfección religiosa. Verónica está pronta y decidida a dar la escalada a la santidad, heroicamente, como hicie– ron sus modelos, los santos, de los que desde su más tierna edad había oído leyendo sus hechos . El monasterio es la palestra que hace posible la emulación de su generosidad. A su juicio, los rieles sobre los que deberá correr y recorrerlos, están constituidos por la oración y la penitencia, por la contemplación y el sufrimiento . A grandes rasgos, sobre estos rieles , Verónica trabaja por unos 20 años, entre obstáculos e incomprensiones, decidida a conseguir la santidad a toda costa. En torno a ella, en el monasterio, todo se desenvuelve en la más gris ordinariedad, pero su itinerario hacia Dios registra numerosas fechas memorables: el 1 de noviembre de 1678, la profesión religiosa; el 4 de abril de 1681, Jesús le pone sobre la cabeza la corona de espinas; el 17 de septiembre de 1688, es elegida maestra de novicias, cargo que ocupa hasta el 18 de sep– tiembre de 1691; el 12 de diciembre de 1693 comienza a escribir el Diario; del 3 de octubre de 1694 hasta el 21 de marzo de 1698 es de nuevo maestra de novicias; el 5 de abril de 1697, viernes san– to, recibe las llagas; en el curso del mismo año es denunciada al Santo Oficio y, en el 1699, privada de la voz activa y pasiva. Son fechas y hechos que, por sí solos, dejan intuir que en Ve– rónica se había verificado algo oculto, al que el mismo mundo con– ventual al final había, de algún modo, reaccionado: con la confian– za, la admiración y, también, con la guerra declarada. A pagar le tocó a la pobre «humanidad» de Verónica, sometida a privaciones, penas, humillaciones de todo género. La narración de los sufrimien– tos buscados por ella, o bien, impuestos, tienen un sentido horripi– lante. Ni el hagiógrafo ni el lector moderno consiguen justificar y ni siquiera comprender tal comportamiento . En cierto sentido, re– nunció la misma Verónica cuando, superada finalmente aquella eta– pa de su terrible ascesis, habló de «locuras que me empujaban a hacer el amor» Desde el momento en que recibió los estigmas (1697), esas «locu-
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