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22 << ...el Señor me dio hermanos» orden. Conociendo su virtud, el buen religioso trataba de reclutarlo para su orden. Pero Félix no veía el momento de que le dejara en paz, y se atrincheró tras esta frase: «O capuchino o nada». Dios no tolera que sus elegidos le respondan que no, como tam– poco le gustan las contemporizaciones. Un día cuando Félix domaba a dos terneros sujetándolos al yugo, éstos se encabritaron. El robus– to muchacho dejó el arado y se les puso delante, creyendo lograr contrarrestarlos. Pero fue arrollado. Caído en supino, la destellan– te cuchilla pasó sobre él como rauda saeta. Los vestidos queda– ron rasgados de extremo a extremo. Mas, en su cuerpo, ni si– quiera un rasguño. El joven se alzó exclamando: «¡Misericordia, misericordia!». ¿Cuál era el por qué? ¿Un mensaje de las fuerzas obscuras o, por el contrario, una invitación, evidentemente buena, de las fuerzas de la luz? Era claro, en todo caso, que en el ambiente, que rodeaba a este joven, se libraba una gran batalla. Para saber de qué parte alinearse, Félix tomó la ruta del convento de los capuchinos de Cit– taducale. En aquel intervalo de tiempo los capuchinos se habían ubi– cado allí. Y allá arriba estaba lista una respuesta para él y prestas también las armas para librar con éxito rotundo su guerra. El padre guardián lo llevó a la iglesia exhortándole a pedir luz en la oración. En cuanto se arrodilló, Félix se encontró delante a un gran crucifijo: era un Cristo lívido, descarnado, desfigurado, con– sumido, chorreante sangre. De repente vio con ojos nuevos y sintió, como jamás hasta entonces, la tragedia del Hombre-Dios. Lo sintió gritar y morir. Y estalló en sollozos. En su alma y en el mundo no existía, para él, otra cosa que aquel misterio infinito de dolor. No existía, ni siquiera el tiempo para medir su compasión. A la tarde, el guardián volvió a la iglesia para rezar. Félix se encontraba todavía allí, abrumado por las lágrimas y por los sollozos. - Pero, hijo, ¿qué haces? ¿Todavía estás aquí? Ten confian– za: te admitimos con nosotros. Jesús no estará ya solo. Le ayudarás a llevar la cruz. Diez días después, hacia finales del otoño de 1543, Félix vistió el sayal; y casi inmediatamente partió para Roma, para ponerse en las manos del misterioso vicario provincial.

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