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324 « ...el Señor me dio hermanos» cos en pésimo estado de salud, temiéndose mucho ... que no pueda ver más Italia», escribía a su príncipe el enviado del duque Rinaldo de Este, el 12 de agosto. El mismo día recibió con gran edificación los últimos sacramentos y renovó la profesión. La mañana del día 13 vinieron a visitarle el emperador y su esposa. En afable conversación les dio sus recuerdos últimos, y lue– go, con ánimo conmovido, les bendijo por última vez. Poco después entró en agonía. «El padre -escribía el emperador-, exhalaba aquel espíritu que enardecía las almas». Así, con los soberanos arrodilla– dos a su lado, estrechando con las manos el crucifijo, «expiró tan plácidamente que apenas se notó». Los hermanos hubieran querido celebrar las exequias al día si– guiente, 14 de agosto, para no entorpecer la solemnidad de la Asun– ción . Pero, a fin de que fuesen más grandiosas, el emperador quiso diferirlas hasta el día 17. Entre tanto el cadáver quedó expuesto en la iglesia, dentro de la capilla imperial, sin que despidiese ningún mal olor. Nada más conocida la noticia de la muerte, fue tanta la gente que comenzó a afluir, que el cancel de la capilla peligraba de ser arrollado, por lo que se hizo necesario reforzarlo con un buen número de guardias. De lo contrario -escribía el nuncio– «lo habrían destrozado a impulsos de la devoción». Los funerales, celebrados por el obispo de Viena, con la pre– sencia de toda la familia imperial, de los más altos personajes, acom– pañados por la capilla musical de la corte, más que un rito fúnebre, resultaron ser un auténtico homenaje triunfal. Depositados sus restos mortales primero en el cementerio de los frailes, el 29 de abril de 1703 fueron trasladados a un sepulcro nuevo mandado construir por Leopoldo I en la iglesia del convento, junto a las tumbas imperiales. Se dice que, al abrir el féretro para el reconocimiento, su cuerpo, aunque ennegrecido, apareció intacto, y fue venerado por los soberanos. El emperador estaba decidido a introducir cuanto antes la causa de beatificación. Pero murió muy pronto, en 1705. Sus sucesores no se encontraban en las condiciones más favorables para trabajar en este sentido, ya que estaban envueltos en lucha y guerra con la Santa Sede. Tan sólo a finales del siglo pasado, por iniciativa de los católicos austriacos, se volvió a pensar en la canonización

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