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MARCOS DE AVIANO 323 Cerca de las tumbas imperiales La última vez que el padre Marcos estuvo en Viena fue en 1699. Desde entonces su salud no era la de otros tiempos, aunque hay que decir que nunca fue buena. Precisamente por esto el año ante– rior el emperador no lo había llamado a su lado. Partió para Viena a principios de mayo y, a fines de mes, se encontraba ya en la corte. En los meses sucesivos desplegó una acti– vidad muy intensa. La paz con los turcos había sido firmada hacía algunos meses, el 26 de enero, en Carlowitz. Pero los negocios an– daban tan mal que no se podían ni imaginar. Sobre todo las relacio– nes con la Santa Sede, perturbadas por la prepotencia del embaja– dor imperial en Roma, que eran tensas y preocupantes. «Me estoy fatigando por el bien común -escribe por aquellos día a otro religioso-, y jamás he visto las cosas tan embrolladas como las he encontrado ahora». Y añadía: «Me encuentro en pésimo estado de salud ... Y, sin embargo, he de trabajar más de la cuenta». Para acrecentarle más las molestias también los particulares intervenían. «Me molestan mucho los frailes y los seglares, de modo que se ne– cesitaría la paciencia de un santo Job». Si al menos hubiera tenido a su lado al padre Cosme de Castelfranco, que le había acompaña– do tanto tiempo y era práctico en el despacho de la correspondencia y en el manejo de ciertos asuntos. Pero el padre Cosme había enfer– mado y quedado en Venecia. Así, debía hacerlo todo él solo. El calor del verano hacía más agotadoras las fatigas. Y, como si todo ello no fuese suficiente, en vez de reservarse un poco el siervo de Dios, se imponía otras «mortificaciones voluntarias». De verdad, es– to era mucho. «Si me viene un poco de fiebre estoy perdido - escribía el 29 de julio al padre Cosme-. Que Dios haga lo que sea para su mayor gloria. No deseo otra cosa». Por desgracia la fiebre vino, con fuertes dolores de estómago y otros achaques. Hubo de guardar cama y, no obstante los cuida– dos que le prodigaron los médicos de la corte, siguió empeorando. - Comenzaron a acercarse a su lecho los personajes más ilustres de Viena. Inmenso consuelo le produjo la bendición de Inocencio XII, conferida personalmente por el nuncio. «Tenemos al pobre padre Mar-
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