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MARCOS DE AVIANO 321 Protestó enérgicamente contra las injusticias y pedía castigos ejem– plares para los opresores de los pobres y débiles, como fue el caso de Hungría. Consolaba y aliviaba a los enfermos, etc. Era la del padre Marcos una caridad que no se arredraba ante ninguna difi– cultad. Pero la virtud que más le distinguió fue la humildad, unida a la mansedumbre . Un contemporáneo escribía de él que «en todo respiraba mansedumbre, todo ternura». Otro afirmaba que su cara podía llamarse «cara de ángel» y que con sólo mirarla «quedaban los corazones llenos de la dulzura del paraíso», más aún, «inmedia– tamente se conmovían hasta derramar lágrimas». «Su humildad, pro– sigue, no tiene límites, siendo en todo afable, benigno, cortés». Puede ser que hablando así exagerarse un poco. Pero no es el único en expresarse en tales términos. También el guardián de los capuchinos de Munich escribía que «todos se sentían felices al ver la bondad de su rostro». A enraizado en la humildad contribuyeron su propio tempera– mento retraído, modesto, de pocas palabras, como las circunstan– cias en las que, por disposición divina, hubo de encontrarse desde la juventud. Recordemos la humillante exclusión de los estu– dios de que fue objeto, no obstante la notable inteligencia, claridad de ideas, y perspicacia de que dio prueba más tarde en cuestiones muy complicadas. No, sin fundamento, el nuncio de Venecia, An– drea de Santa Cruz, le reconocerá, con ocasión de tratar cuestiones político-religiosas enmarañadas, que tenía «una capacidad superior a su profesión». Ni siquiera después de haber sido admitido a los estudios fueron apreciadas sus cualidades intelectuales. Les engañó su apariencia humilde y sumisa, además de cordial y cortés con to– dos. Por ello sus hermanos no supieron ver en él más que un buen fraile entre tantos; infravalorando incluso sus dotes espirituales. Más adelante, el obispo de Bressanone, Paulino Mayr, lo pre– sentará como «siempre llevado a hundirse en su propia nulidad». Tal vez por esto insistió tanto en que le descargase del oficio de guardián de Belluno y de Oderzo. Por él mismo nunca hubiera lo– grado nadie revelarlo al mundo, si Dios no hubiese intervenido, en 1676. Y todavía entonces los otros frailes se quedaron maravillados al aparecer los primeros hechos milagrosos. Y hasta daban la impre-
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