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320 «...el Señor me dio hermanos» mente en la consagración, parecía «estar en éxtasis». Su misa era por ello llamada «una misa angélica». Igualmente profunda era su devoción a la Virgen. Se abandona– ha a ella con total confianza. En las circunstancias más difíciles y desesperadas exhortaba a todos -especialmente al emperador-, a recurrir a ella e invocarla con los títulos de «Auxilio de los cristia– nos», «Refugio de los pecadores», y otros parecidos. Al comienzo de casi todas sus cartas, junto con el nombre de Dios y de Jesús, escribía el nombre de María. La invocaba siempre, sobre todo al dar sus milagrosas bendiciones. Y, parece que, como premio a su gran devoción, Dios había obrado su primer clamoroso milagro en un 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María. Entre las virtudes que más particularmente distinguieron las es– piritualidad del siervo de Dios, hay que recordar su fe y confianza en el Señor, su eficiente caridad hacia el prójimo, una profunda humildad en su propio comportamiento. La fe era, realmente, la fuerza íntima que inspiraba sus pensa– mientos, sus palabras, su vivir entero. Era la atmósfera en que res– piraba y vivía su alma. Uno de sus hermanos atribuía exclusivamen– te a esta su gran fe los milagros que obraba, pues, en lo demás, en nada se distinguía de los otros religiosos. Alguien lo calificó co– mo promotor de una fe ardiente. Que esto fuese verdad se colige de ciertos pasajes de los discursos que hacía antes de impartir la bendición. Sabía despertar entre los oyentes una fe y confianza que les hacía sentirse inmersos en una atmósfera sobrenatural: «¡Fe, hi– jitos míos, fe! -repetía una y otra vez- ¿Creéis?, ¿tenéis fe?». A coro y con fuerza respondían: «¡Sí, creemos, tenemos fe!». Y sucedía el milagro. Muy viva era su caridad con el prójimo. No le bastaba fatigar– se por el bien espiritual hasta el límite de lo posible -habría dado la sangre por la conversión de pecadores e infieles- pero se intere– saba también por sus necesidades temporales. Buscaba el pan para los pobres en tiempo de carestía, como lo hizo en Sermide en 1677, en Bassano del Grappa en 1690, en Fratta Polesine en 1693, y tam– bién en otras partes. Llevó la paz donde había discordia: entre los ciudadanos de Saló en 1693, entre los hebreos y los ciudadanos de Padua en 1684 y entre los religiosos, en los Países Bajos, en 1681.

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