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MARCOS DE AVIANO 319 todos. En Viena decía la gente que él solo había hecho más que todos los demás juntos. Algo semejante hizo tres meses más tarde en Venecia, para lo– grar el final de una debilitante lucha. En ella tomaban parte, ade– más del dux y del patriarca, diversos obispos, el senado en pleno y una multitud innumerable. El padre Marcos escribió al emperador que nunca se había visto nada parecido. El dux, conmovido, le echó los brazos al cuello exclamando: «Padre Marcos sois el refugio de nuestra república» . Hombre de Dios y amigo de los hermanos Es inevitable que tengamos que «sobrevolar» sobre tantos suce– sos de la vida del padre Marcos. Entre otros motivos porque ésta fue excepcionalmente activa. Entre predicación, viajes a las cortes de los príncipes, apostolado en el ejército, bendiciones continuas, gran parte del año era un incesante girar de ocupaciones que le obligaban a permanecer fuera del convento. Y, sin embargo, si hu– bo alguien que amase el retiro y la oración fue él. No sólo porque toda empresa suya iba precedida, acompañada y seguida de la ora– ción, sino porque, sin cuidarse del cansancio, robaba las horas al sueño, hasta pasar la mayor parte de las noches en oración. Por lo demás, en el ejercicio mismo de su misión tenía «su corazón de continuo elevado a Dios». Cuando estaba lejano de su convento, suspiraba por el momento de tornar a él «para estar retirado allí, en su pobre celda, a fin de darse todo a Dios y procurar inflamarse en amor divino» . Por eso, «contaba los días que le faltaban para llegar». Y era feliz cuando se encontraba en su celda, «apartado de la conversación con los hombres -escribía-, estoy todo con mi Dios, y me parece que estoy en el paraíso». Hay un aspecto de su piedad que merece destacarse: la devo– ción a la eucaristía, sobre todo a la santa misa. «Durante toda la noche se preparaba para celebrar este gran sacrificio». Cuando se presentaba en el altar «inspiraba devoción a todos. Antes de empe– zar estaba un cuarto de hora en medio del altar, estimándose a sí mismo, al parecer, como indigno de ofrecer tan grande sacrifi– cio» . A veces empleaba hora y media en la celebración y, especial-
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