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MARCOS DE AVIANO 315 que siempre había chocado con la oposición de la Francia de Luis XIV. También Polonia, con su rey Juan III Sobieski, después de algunas indecisiones y tanteos debidos a las amenazas de Francia, el 18 de abril, se alió con el emperador. De igual modo algunos de los príncipes del imperio prometieron ayuda en hombres y armas. Pero, mientras el ejército cristiano era sólo un proyecto, Kara Mustafá, con el pleno apoyo de los rebeldes húngaros, invadía la Austria inferior y, a mediados de julio, ponía cerco a Viena. Para salvar la capital se imponía una marcha contra reloj. ¡Ay, si cayese! Podía realizarse el proyecto de los turcos de abatir toda resisten– cia, marchar sobre Roma y hacer de San Pedro las caballerizas del sultán. Por desgracia, costó Dios y ayuda antes que los aliados pudie– ran reunirse en Austria superior, donde se había refugiado Leopol– do I. Y además cuando, a comienzos de septiembre, lograron en– contrarse, no supieron hacer otra cosa que pelearse entre sí por el mando supremo del ejército, pues ninguno quería someterse al otro. Mientras tanto, las condiciones de vida en Viena se hacían día por días más trágicas y hasta insostenibles. Fue entonces cuando la providencia hizo intervenir al padre Mar– cos. Llegado rápidamente a Austria por orden del papa, fue al en– cuentro del emperador en Linz y, el 5 de septiembre, interviene en el consejo de guerra cerca de Trulln, donde desplegó una decisiva actividad mediadora, allanando contrastes y divergencias. El mismo reconoció más tarde haber «apresurado el socorro al menos en diez días ... Que si se hubiese tardado tan sólo cinco, añadía, tal vez hubiera caído Viena». El 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, antes de dar comienzo a la marcha de dirigirse a la asediada capital, el padre Marcos celebró la misa, en la que Sobieski hizo de acólito, ante todos los jefes del ejército. Al terminar -escribe Sobieski-, «nos dirigió una exhortación extraordinaria ... Nos hizo repetir con él muchas veces: ¡Jesús, María! ¡Jesús, María!». Después del acto de contrición impartió la bendición. El rito se repitió a la mañana siguiente, en el monte de Kahlenberg que domina la ciudad de Vie– na. Y, después de haber pronunciado nuevamente un encendido dis– curso y dada la bendición a las tropas, se dió comienzo a la memo-

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