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MARCOS DE AVIANO 313 por su falta de energía y decisión. De aquí los grandes abusos en la administración de justicia, exasperante lentitud burocrática, per– misividad con los poderosos, etc. Leopoldo tenía conciencia de ello, sentía gran disgusto, pero no era capaz de corregirse. Tenía necesi– dad de alguien que no tuviese miedo de ponerlo frente a su respon– sabilidad y decirle incluso aquello que los ministros no le manifesta– ban. Necesitaba de alguien que fuese capaz de estimularlo y de re– procharle incluso las deficiencias. Este debía ser precisamente el pa– dre Marcos el cual, además de ser consejero y padre espiritual, fue para él una verdadera conciencia crítica. El mismo, en carta al emperador, expone el programa al cual supo mantenerse siempre fiel : «Habiéndoseme dado el encargo de.. . procurar el bien de vuestra cesárea majestad, que es el del alma, me dejaré guiar por principios celestiales, ciñéndome a aquella verda– dera, sincera, simple, desinteresada sinceridad y veracidad que el mundo pasajero y engañoso no permite entrar en las cortes de los grandes príncipes, con gravísimo daño público y privado». Y, en efecto, él fue siempre de una gran sinceridad, mostrando una libertad de pala– bra que alguien calificó de «estrepitosa». La correspondencia episto– lar entre ambos -164 cartas del emperador y 153 del padre Marcos– que era como la prolongación de sus conversaciones, revela hasta qué punto se puede unir franqueza y energía, incluso ante un empe– rador, si bien acompañadas de el mayor respeto. Eran la franqueza y la energía de quien se dejaba guiar por el espíritu del Evangelio, y que no aspiraba a hacer valer una determinada orientación política o un determinado interés humano, sino los derechos de Dios, de la religión católica, de la justicia. Eran, brevemente, la franqueza y la sinceridad de quien era consciente de estar desempeñando una misión personal confiada a él por Dios y por la Iglesia. «Mis buenos conse– jos -escribía- (están) fundados, ante todo , en Dios por quien quie– ro ser dirigido en todo y en toda circunstancia». Fue una fortuna para Leopoldo I tener junto a sí un consejero tan valioso precisamente cuando se avecinaban tiempos tan duros. Es sabido que el imperio, dividido en 350 estados, pequeñas regio– nes y ciudades libres, se encontraba tambaleante por complicados problemas religiosos y políticos. Además Francia, eterna enemiga de los Habsburgo, no dejaba de desplegar su acción disgregadora,

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