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MARCOS DE AVIANO 309 de lejos, en grupos, incluso procesionalmente, cantando y rezando. Se paraban ante una ventana vecina a la iglesia, y pedían la bendi– ción. El padre Marcos no sabía negarse. Se llegaba a la iglesia o simplemente se asomaba al balcón, hacía la exhortación e invitaba al acto de contrición y daba la bendición. Y esto cuatro, cinco, diez veces, de día y de noche. «Es tan grande el concurso del pue– blo que no estoy tranquilo ni de día ni de noche», escribía el empe– rador Leopoldo l. Y en otra ocasión: «Son tantas las ocupaciones que me parece imposible pueda resistir sin una especial ayuda divina». A la predicación ordinaria se juntó pronto otra gravosa tarea: los viajes largos y agotadores que, por deseo de este o del otro príncipe, por orden de los superiores y del papa, debía emprender a todo lo largo de Europa. Comenzó en 1680, cuando el duque Carlos V de Lorena, cuñado del emperador y gobernador del Tirol, lo reclamó junto a sí. Su consorte Eleonor María, hermana de Leo– poldo I, en 1678 había tenido, por fin, un hijo que ella atribuía a las oraciones del siervo de Dios. Ahora el duque se había fractu– rado una pierna al caer de un caballo y esperaba curar con la ben– dición del padre Marcos. Pidió al papa y a los superiores se lo enviasen a Innsbruck. Fue y lo acogieron como a un santo. Y, no hace falta decirlo, el duque fue curado. De lnnsbruck tuvo que seguir a Munich donde lo requería el duque Maximiliano Felipe. Para suerte de él lo escoltaba la guardia, de otro modo lo hubiera ahogado el entusiasmo de la gente. Al volver se paró en el convento de Arco, en el Trentino, por– que se había herido en un pie y además sabía que también el arz– obispo de Salzburgo y el emperador habían pedido al papa el po– derlo ver. Así a primeros de agosto, bajo la canícula, recibe orden de ponerse en marcha. En Salzburgo la catedral fue incapaz de con– tener la gente y hubo de predicar al aire libre. El emperador, que se encontraba en Linz, quería, por su parte, no sólo oirlo predicar y recibir repetidamente su bendición, sino también tener con él con– versaciones íntimas, confidenciales. De Linz pasó a Neuburg, en el Palatino, donde le esperaba el padre de la emperatriz, el conde palatino Felipe Guillermo con sus once hijos y su consorte. Aquí, entre otros, tuvo lugar un hecho que logró amplia resonancia en todos los paises alemanes. Mientras
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