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MARCOS DE AVIANO 307 llo. «Basta decir -escribía el guardián del convento-, que durante quince días «la ciudad entera se conmovió». Y se conmovió, sobre todo, la vida de los frailes quienes, para librarse de él, no encon– traron nada mejor que mandarlo primero a Lendinara (Rovigo) y luego a Verona. Todo inútil. No se logró que se perdieran sus huellas. El padre Marcos era quien más sufría por estas cosas. Hubiera huido a esconderse Dios sabe a donde. Pero, como los superiores, para contentar a la gente le ordenaban que les diese la bendición, pensó en sacar, al menos, algún provecho para su apostolado. Las turbas acudían a él para conseguir curaciones y gracias materiales; pero él les impulsaba a pensar también en el alma. Ideó una singu– lar y conmovedora función religiosa, cuyo centro y alma no era ya la bendición, sino el acto de contrición destinado a reconciliar al hombre con Dios y restituirle la vida sobrenatural. Comenzaba con una exhortación para despertar sentimientos de fe y confianza en Dios, de reconocimiento por los beneficios re– cibidos, de íntima detestación de la propia ingratitud, de sincero arrepentimiento por los pecados cometidos . Con el tiempo la ex– hortación se transformó en una especie de diálogo conmovedor y apretado en el cual el siervo de Dios y los fieles intercambiaban expresiones de fe, de confianza, de dolor, de pesar por los pecados. La atmósfera se iba caldeando y terminaba con golpes de pecho, peticiones de misericordia y piedad, gritos de dolor . El propio padre Marcos en una carta habla de «un diluvio de lágrimas» y de «tanta compunción, llanto y voces doloridas, que parecía el día del juicio». El primero en abandonarse a tales manifestaciones era el propio padre Marcos, que parecía irradiar de su persona una fuerza irresis– tible y arrolladora. Para hacer más fructuosa su obra, recomendaba, sobre todo, la confesión sacramental y la comunión. Los fieles le hacían caso, de modo que por muchos que fuesen los confesores que le acompa– ñasen, resultaban siempre insuficientes. Al difundirse su fama, tam– bién la práctica del acto de arrepentimiento se difundió largamente no sólo en Italia, sino también en gran parte de la Europa católica, recomendado por los obispos, practicado por nobles y plebeyos, por príncipes y reyes. Para explicar su significado y facilitar la práctica,
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