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306 «... el Señor me dio hermanos» nas subidas en los tejados, en las ventanas, donde quiera hubiese un mínimo espacio utilizable. Y como no todos pudieron asistir, predicó de nuevo en las afueras de la ciudad, en una gran explana– da. Todos «estaban pendientes de sus palabras y de sus gestos, mien– tras él, crucifijo en mano, les animaba al desprecio del mundo, al arrepentimiento de sus pecados, a pedir perdón al Señor. Y el pro– pio gentío clamaba a voces pidiendo misericordia, con lágrimas en los ojos y dándose golpes de pecho... Yo, viejo de 65 años, en mi vida he oído ni visto que la presencia y la palabra de un hombre obren cosas tan grandes y maravillosas». Y lo qüe acontecía en Bassono en 1690, acontecía dondequiera se presentase. Junto con eso, a aquellas multitudes, además de la santidad y la fuerza de la predicación del siervo de Dios, les atraía la bendición apostólica con indulgencia plenaria, que él tenía permi– so para impartir en determinadas circunstancias. Apostolado entre los que sufren La actividad apostólica del padre Marcos puede ser dividida en dos etapas netamente distintas. La línea divisoria sería el año 1676, cuando la divina providencia -con otros de sus imprevistos virajes-, imprimió una dirección nueva a su vida. Hasta entonces su predica– ción no debió ser distinta de la de otros. De este período sabemos tan sólo que un año predicó la cuaresma en San Miguel Extra, en la periferia de Verona; que en 1676 predicó la cuaresma en la capi– tal de Altamura, en la Pulla; y que en ambos sitios consiguió nota– bles resultados. En este mismo período, -no obstante su renuncia-, desde 1672 a 1675 fue nombrado guardián del convento de Belluno y posteriormente del de Oderzo. Todo cambió a partir del 8 de septiembre de 1676. Ese día, en Padua, con una bendición curó a una monja que hacía 13 años estaba postrada en cama. El hecho fue ruidoso y la gente, especialmente los enfermos, comenzaron a llegar al con– vento de los capuchinos. Llamado a Venecia, también aquí curó a muchos enfermos; entre ellos a algunos pertenecientes a la pri– mera nobleza. Lo justo para desencadenar una vez un enorme baru-

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