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MARCOS DE AVIANO 305 Pero, más que en los recursos humanos confiaba en la plegaria y en la contemplación. Se acordaba de la exhortación de las Consti– tuciones capuchinas a los predicadores: que llevasen impresos «en el corazón al bendito Jesús», a fin de que «fuese la abundancia del amor quien les impulsase a hablar». Y tenía presente también otras palabras en que se exhorta a poner todo empeño en «infla– marse como serafines del amor divino, para que estando bien infla– mados, pudiesen inflamar a los otros». De hecho, incluso cuando las multitudes lo asediaban, continuaba en su vida admirable de ora– ción. Después de jornadas agotadoras, asegura un contemporáneo, «poco o nada dormía, quedándose en el coro, orando, cuatro horas más, regresando luego (hacia las veintidós horas) a la celda para descansar. Y a la media noche, para los maitines, era el primero que acudía al coro. Estaba allí como una estatua, por no decir extá– tico, cantando las alabanzas divinas ... Acabados los maitines, volvía a la celda hasta que los frailes se iban a dormir. Luego salía de nuevo y volvía al coro, llevando sus sandalias en la mano para no ser notado ... Permanecía en el coro hasta 15 minutos antes de que los frailes se levantasen a rezar Prima; que retornaba a la celda... Así, armado de una fe viva, subía al púlpito». Después de todo esto se comprende mejor el fervor de su predi– cación, y por qué, obedeciendo al impulso interior, sus gestos eran a veces dramáticos, su voz quebrada por la emoción, sus ojos arra– sados de lágrimas. Y se comprende por qué la gente se agolpaba en multitudes enormes en torno a él y permanecía escuchándolo sin acordarse del tiempo que pasaba. «Sus sermones eran maravillosos -decía un notario de Bassono del Grappa-, su decir tan lleno que, deleitando y persuadiendo, aunque largo, no engendraba tedio algu– no en quien lo escuchaba. Más bien las horas parecían minutos. Yo, que no soy hombre de mucha paciencia, con otros muchos lo probamos diariamente sin acordarnos del tiempo que se gastaba en oírlo predicar, con su lengua rápida, de la que manaban ríos de divina elocuencia ... No caía en ciertos vicios modernos de metáforas ampulosas y parejas comparaciones ... Su discurso era perfecto, con– tinuado, bien trabado y distribuido en todas sus partes». Más ade– lante, escribe el mismo notario, un martes después de Pascua, en un sermón tenido en la plaza, asistieron cerca de 60.000 perso-
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